Uno de mis primeros artículos en esta columna se titulaba ‘Corbatas’. Sostenía la tesis de que la corbata era una prenda esencialmente semántica, es decir, que se usa exclusivamente para significar algo, sin que tenga utilidad real. Esto lo traía a propósito de los dictadores socialistas del siglo XXI, que querían aparecer populares y proletarios apareciendo descorbatados. Con eso entraban justamente en el juego semántico de esta prenda, que adquiría significación a base de su ausencia. Un par de semanas atrás, Fabián Corral, maestro de columnistas, cuyos pasos se han de seguir a pie o a caballo, advertía sobre la decadencia acelerada del uso de la corbata, que precederá a su muerte en un futuro ulterior. Este adminículo que con distintas vicisitudes ha reinado en el cuello masculino por dos siglos, dejará de ser de uso diario para convertirse en menaje teatral. Así ha ocurrido, por ejemplo, con el frac, que solo se ve en los escenarios, o en ceremonias teatrales, como en las cortes reales europeas. Lo teatral es algo que se monta para ser visto y eso son los rituales eclesiásticos o políticos, en los que personajes revestidos de manera inusitada realizan una serie de movimientos y dicen textos de acuerdo a determinado guion.

Pero la necesidad de simbolizar de los hombres a través del vestido ha encontrado nuevas salidas. Cada vez son más los que recurren al fular, un pañuelo que se enrosca al cuello de maneras no demasiado formalizadas. Intentan así darse una imagen “alternativa”, de cierta elegancia hipster. Algunos extreman el mensaje, usando de la misma manera un shemagh palestino, que connota una militancia política. Por otra parte, ha resucitado el pañuelo en el pecho de la chaqueta americana (leva, que se dice en quiteño). Casi desaparecido ese trozo de tela, blanca o colorida, vuelve como reclamo que declara la voluntad de vestir bien y dice “soy moderno, pero me cuido”.

Todas las especies de animales han desarrollado características externas que tienen funciones que los biólogos llaman “fanéricas”, es decir que muestran, que exponen distintas cualidades, como rango y amenaza, o son instrumentos para la seducción de la pareja. La piel es, pues, mucho más que una simple cobertura. Los humanos han creado el vestido con las mismas funciones naturales. Después del lenguaje hablado y sus derivados, pocos sistemas de comunicación han sido más fecundos que la ropa. En general la modernidad ha tendido a simplificar el plumaje humano por comodidad, pero también por convención cultural, con el pretexto de la igualdad. El Ecuador ha sido un país que, con excepción de algunas etnias indígenas, se ha caracterizado por su escaso atildamiento, la moderna tendencia a abreviar las formas de vestir ha sido pretexto para reducir al mínimo el cuidado del atuendo. El traje típico ecuatoriano, incluso en regiones frías de la Sierra, está compuesto hoy de bermudas y chanclas de plástico. Es triste, porque una indumentaria tan pobre también tiene un mensaje y este es “no tengo nada que decir”. (O)