A finales del siglo XX, el sociólogo y economista español Manuel Castell publicó su libro La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Es una visión de las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales producidas como resultado de los cambios en la información y la comunicación, generados por los avances tecnológicos.

En el tercer tomo, Castell señala algunos aspectos negativos de esos cambios y entre ellos se refiere a “La conexión perversa: la economía criminal global”, en la que tiene un lugar especial el narcotráfico.

Dice Castell que el crimen aprovecha la globalización económica y las nuevas tecnologías aplicadas a la comunicación y al transporte, y que en el caso específico del narcotráfico, ubican la producción y la operación en lugares donde consideran que corren menor riesgo y donde pueden lograr un relativo control institucional, pero buscan sus mercados en las zonas ricas. Esta internacionalización de las actividades criminales facilita que el crimen organizado de diferentes países establezca alianzas estratégicas, acuerdos de subcontratación y empresas conjuntas. Los miles de millones de dólares que acumulan se blanquean en el sistema financiero mundial y le dan poder para penetrar en la Policía, los sistemas judiciales y el mundo político, corrompiéndolo.

Los estados democráticos, para combatir el flagelo, a veces, se ven obligados a recurrir a medidas que recortan libertades individuales y ponen en riesgo los valores e instituciones democráticas, advierte Castell. Y añade que su influencia también alcanza el ámbito cultural, induciendo una nueva cultura en la que “atrevidos criminales de éxito se han convertido en modelos para una generación de jóvenes que no ven un camino fácil para salir de la pobreza y ninguna posibilidad de disfrutar del consumo y vivir aventuras”, y plantea algo absolutamente perturbador: “La fascinación colectiva de todo el planeta por las películas de acción donde los protagonistas son los actores del crimen organizado no puede explicarse solo por el impulso violento reprimido de nuestra estructura psicológica. Muy bien pudiera indicar la quiebra cultural del orden moral tradicional y el reconocimiento implícito de una nueva sociedad, hecha, a la vez, de identidad comunal y competencia salvaje, y de la que el crimen global es una expresión condensada”.

Si me he extendido en la trasmisión y comentario de lo planteado por Castell es porque creo que la gravedad de lo que estamos viviendo en el país va más allá de la meta de encontrar y someter al culpable de los secuestros y asesinatos que nos duelen. Ciertamente necesitamos ayuda, si el crimen es transnacional, la solución también debe serlo y no solo para la coyuntura, sino para la construcción de un país que lleve el desarrollo a todos los rincones de nuestro territorio, de tal manera que devuelva a la población y, sobre todo, a los jóvenes la esperanza en un futuro que les brinde oportunidades para su crecimiento personal y su ubicación en una sociedad que le brinde el reconocimiento que su participación en la vida colectiva merezca.

También repetimos que necesitamos unidad para enfrentar el problema y eso es incuestionable, pero esa unidad también va más allá de lo que demanda el momento. La necesitamos para construir en conjunto la cultura de paz de la que tanto hablamos. (O)