Sigmund Freud, uno de los padres del psicoanálisis, indicó que uno de los mecanismos por los cuales la mente humana lidia con pensamientos o emociones negativas es proyectándolas en otras personas. Así, por ejemplo, la mente de una persona grosera en vez de confrontar su defecto puede proyectarlo en otros, acusando constantemente a las personas de su entorno de ser groseras. De este modo, la mente se escuda a sí misma de los sentimientos negativos que producen sus propios defectos, evitando confrontarlos al crear una cómoda ilusión de que son los otros, y no uno, quienes adolecen de esos problemas.

A pesar de que la psicología moderna ha puesto en duda muchas de las hipótesis de Freud, la teoría del mecanismo de proyección todavía forma parte de ella ya que parece encontrar confirmación empírica. En efecto, creo que todos nosotros en algún momento de nuestras vidas nos hemos encontrado con alguien que a menudo acusa a otros de los defectos que claramente son suyos. Así, la existencia de este mecanismo psicológico nos indica que si alguien constantemente acusa a otros de algo, puede ser síntoma de que esta misma persona en lo profundo de su ser lidie con la inseguridad de ella misma poseer el defecto que a otros acusa.

Es por lo tanto revelador que el insulto preferido de Rafael Correa sea el de acusar a sus detractores de ser “mediocres”. Es difícil encontrar un solo comentario suyo por redes sociales o una sola sabatina donde no haya usado ese epíteto. ¿Será esto síntoma de que en el fondo de su alma el exmandatario se cree mediocre? Si esto es el caso, no le faltan motivos. Cada día que pasa nos estamos volviendo más conscientes de lo catastrófica que ha sido la gestión de la última década. La crisis financiera del IESS, la creciente violencia en la frontera norte y los constantes escándalos de corrupción que se destapan a diario son solo una pequeña muestra de cómo el correísmo manejó este país. Estos problemas, sin embargo, no son nada comparado con las dificultades económicas que el endeudamiento irresponsable le va a causar al país durante varios años a venir. No hay forma de que Rafael Correa no esté consciente del daño que le ha causado a nuestra sociedad, pero tal parece que la magnitud de su ego lo hace patológicamente incapaz de aceptar la responsabilidad de sus actos.

La fragilidad del ego del exmandatario no solo se manifiesta a través de estas proyecciones. En efecto, la persecución incluso penal de todos los que osaron criticarlo durante su mandato y su obsesión con los títulos honoris causa refuerzan la intuición de que Correa sufre de una terrible inseguridad psicológica. Es por esto que el expresidente busca de forma compulsiva rodearse de personas que le expresen devoción: su autoestima requiere constantemente de validación externa.

Solo podemos imaginarnos el golpe que debió haber sufrido cuando su propio partido le dio la espalda. Si no fuese por diez años de persecución, intimidación y despilfarro, las proyecciones psicológicas del mediocre del ático deberían despertar en nosotros una compasión que no merece.

(O)