El problema frente a los periodos históricos no solo consiste en documentarlos, sino en recordarlos con gracia y síntesis. Los archivos descomunales se vuelven ilegibles, y los balances con perspectiva tardan un tiempo en el cual se pierde el pulso de la necesidad y se convierte en campo de especialistas. Por estas razones he leído –aunque debería decir releído– el libro que publicó editorial Paradiso La década perdida: 2007-2017, una antología de columnas de prensa escritas durante el gobierno de Rafael Correa. Él que tanto repitió que la década anterior a su gobierno fue una “larga noche neoliberal”, ahora le calza perfectamente la expresión de “la década perdida”, que si bien se aplicó para los ochenta en otros países de América Latina, ahora le toca a su gobierno por coincidir con un periodo de grandes ingresos petroleros con un derroche descomunal y una corrupción sistémica. El libro está prologado por Gabriela Calderón y detalla cifras al respecto. Y en el epílogo, Christian Zurita cierra esta antología ineludible con el posfacio: “El son de la corrupción”.

Dije releído porque estas columnas fueron publicadas mientras ocurrían los acontecimientos. No pude leerlas todas en su momento por vivir fuera de Ecuador, por lo que sentarme a leer esta antología ha sido un verdadero viaje. Diría un viaje por el horror si no fuera porque encontrar reunida a tanta gente lúcida y valiente es un contrapeso ejemplar al mal ejemplo de corrupción, oportunismo, desvergüenza, sometimiento, silencio cómplice y directamente cobardía de la que medró mucha gente durante el periodo de Rafael Correa. Estos casi 200 artículos fueron escritos por más de una sesentena de destacados periodistas, intelectuales, analistas, profesionales y académicos, y publicados en medios como el desaparecido Hoy, o EL UNIVERSO, El Comercio y La Hora. Reunidos en un tomo de 400 páginas perfectamente legible, son una muestra de que la intimidación del gobierno de Correa no echó para atrás a todos, y que sí era posible resistir. Recordemos que hubo más de dos mil agresiones a periodistas y más de 500 sanciones a medios privados, como ha señalado Fundamedios. Y hubo persecuciones emblemáticas que son el núcleo de esta década perdida, como el juicio al periodista Emilio Palacio y a EL UNIVERSO, y el juicio también a Juan Carlos Calderón y Christian Zurita por el libro El gran hermano, también publicado por Paradiso. Dicho sea de paso, la colección editorial de Paradiso durante esta década es la que con mayor consistencia y continuidad publicó libros decisivos para saber lo que ocurría en la actualidad política e histórica de Ecuador.

Demuestra esta antología también que no es tan cierto el tópico de que un periódico al día siguiente ya está demasiado viejo. Todo lo contrario. Gracias a la selección de los editores, vemos que muchos hasta resultan proféticos al ser releídos. Justamente el artículo de Emilio Palacio por el que Correa quiso pedir 40 millones de dólares a EL UNIVERSO por daño moral, en sus líneas problemáticas, decía: “en el futuro, un nuevo presidente, quizás enemigo suyo, podría llevarlo ante una corte penal por haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente. Los crímenes de lesa humanidad, que no lo olvide, no prescriben.” Así es, no ha prescrito y el actual presidente es enemigo suyo. Estamos en el futuro y aún puede cumplirse mucho más.

Demuestra esta antología también que no es tan cierto el tópico de que un periódico al día siguiente ya está demasiado viejo. Todo lo contrario. Gracias a la selección de los editores vemos que muchos hasta resultan proféticos al ser releídos.

Pero además de capacidad de resistencia hubo ejemplos de lucidez que desmontan la otra justificación retrospectiva de que nadie se dio cuenta de lo que sería Correa. Lo que más estusiasma en esta antología es leer los artículos pioneros de obertura del 2006, entre los que destaco las alertas del gran analista ecuatoriano del populismo Carlos de la Torre, y la crítica frontal de, en aquel entonces, un muy joven analista económico, además de talentoso escritor, José Hidalgo Pallares, que en 2006 escribió sin que le tiemble la mano: “Su incontenible soberbia (la de Rafael Correa), esa que le ha llevado a desacreditar a todo aquel que no piense como él y a asegurar que su segundo lugar fue fruto de un fraude, augura un gobierno autoritario e intolerante”. Estamos en el futuro y se cumplió.

En 2007 escribió Felipe Burbano de Lara: “Con Pólit en la Contraloría la moralización del país tendrá que esperar un tiempo porque nuevamente se ha sujetado esa instancia pública a los intereses partidarios”. Se cumplió.

Fernando Larenas, en el 2009, escribió: “Esta es la revolución pacífica en la que cree Lenín Moreno (…) Dar sin recibir, realizar sin esperar nada a cambio, sin histrionismos, sin ataques despiadados a nadie”. Se está cumpliendo.

Ivonne Guzmán en el 2012 advertía de la demagogia correísta en la equidad de género: “No es más que un maquillaje para poner carita de democráticos; y así, con pinta de civilizados, pero comportándonos como piratas desalmados, seguimos tan campantes (…) Nada importa que ahora haya más mujeres en la lid política. Nuestra democracia es igual de deficiente”.

No puedo citarlos a todos. El libro tampoco incluye a todos aquellos que fueron críticos del populismo correísta. El exceso lo habría hecho ilegible. Sí echo en falta la presencia de Roberto Aguilar. Quizá no está incluido porque las suyas fueron crónicas y eran mucho más extensas que una columna editorial. Las crónicas políticas de Roberto Aguilar son de lo mejor que se ha escrito en Ecuador, con un vuelo de escritura que las convierte en piezas literarias del mejor periodismo latinoamericano, y que tengo entendido serán recopiladas en libro en unos meses. Será el díptico perfecto para el libro que comento. Ambos mostrarán que lo que llamé la escuela de decepción y los fantasmas intelectuales, sobre aquellos “adscritos” al correísmo o cómplices con él, son la vergüenza puesta en evidencia por estos hombres y mujeres de carne y hueso que atravesaron el cenegal del fanatismo con su única herramienta: la palabra. Pero no cualquier palabra. Aquella dispuesta a resistir. (O)