Sin duda los dos presidentes que bailaban en tarimas fueron los peores en la historia del Ecuador. Solo cabe encomendarse a los santos pidiendo que no regresen. El grotesco Nicolás Maduro, que gusta de “echar pasito” sobre los charcos de sangre de sus opositores, será también, a no dudarlo, catalogado como el peor presidente de la historia de Venezuela y eso que allí tiene la fuerte competencia de su comandante Chávez. La bailanta es un mensaje simple, talvez el más simple posible, al que recurren los populistas para embaucar a multitudes ignaras. Con él están diciendo yo soy como ustedes, a mí sí me entienden, conmigo todo será alegría, gocemos, mañana ya veremos. Llegó mañana y vemos lo que pasó: el desastre. Entonces, que un candidato haga campaña bailando ritmos simplones, es muy mal síntoma, se puede dar por descontado que es una persona con dificultades de verbalización de sus ideas, que por su parte también serán elementales.

Debo aclarar que no tengo nada contra el baile. Es más, tengo una adorada hija bailarina, cuya sabiduría, sí, así, sabiduría, dimana notoriamente de su actividad dancística. Me entusiasma este arte tan esencial y noble. Pero hay que matizar y separar las cosas. Tampoco me parecería bien un jefe de gobierno que, en lugar de articular discursos racionales sobre los problemas de la sociedad y sus soluciones, nos recite sus versos, por bellos que sean, o que toque algún instrumento. Hubo casos así. Ni quiero decir que hacer política sea hablar, cuarenta años el Ecuador giró alrededor de un caudillo que “hablaba lindo” pero cuyas ejecutorias fueron deficientes. El tema es de contenido y de contenido complejo, porque así es desgraciadamente el mundo. No todo es tan sencillo como las letras de salsa.

Hace nueve años preví la desgracia que iba a ser para Sudáfrica la presidencia de Jacob Zuma, quien llegó al poder bailando y ataviado con camisas folclóricas. Ahora ha debido renunciar por corrupto, los parecidos nunca son casuales. Allí también vivieron una “década ganada”. No hay indicador en el que Sudáfrica no haya retrocedido en este tiempo. La economía se estancó, mientras que la pobreza, el endeudamiento y el desempleo se disparaban. La desigualdad aumentó y eso que el partido gobernante, el Congreso Nacional Africano, tiene orientación socialista... o quizá precisamente por ello. Zuma, que ahora reúne más de setecientas causas por corrupción, ya era conocido por sus malos manejos antes de ser electo. Pero la gente prefirió fijarse en sus dotes dancísticas y no en sus uñas largas. Su fecundidad deja atrás al paraguayo obispo Lugo, tiene 20 hijos, parte de ellos en cinco esposas. Con tres de ellas permanece casado porque, según presume, la poligamia es parte de los “valores zulúes”. Esa es la esencia de los populismos, la identificación con los más oscuros antivalores de una cultura. Los matices y acentos varían de un continente a otro, pero se trata de una misma vieja y perversa figura, un cáncer que carcome la estructura de las repúblicas. (O)