Cuando el concepto de la república, el gobierno de la mayoría en beneficio de toda la comunidad, se impuso como ideal de organización estatal hacia el cual debe orientarse el mundo, muy rápidamente surgieron versiones falsificadas. La más común de estas mixtificaciones adopta las formas de la república, pero sin otorgar verdadero poder a la mayoría ni, mucho menos, gobernar en beneficio de todos. Entonces los autócratas o las oligarquías que mandan en tales estados organizan “elecciones”, dictan “constituciones” y “separan” las funciones, pero lo hacen de tal manera que el poder efectivo permanece en sus manos. En su fórmula más ingeniosa y presentable, pero no menos falsa, incluso hay oposición y limitada libertad de expresión, pero es imposible que la facción gobernante deje el poder, pues ganará todos los comicios, vía fraude o cualquier tipo de imposición. Esta receta funcionó muy bien en México en los años de predominio del PRI, pero también en el Ecuador en el periodo radical de 1895 a 1922.

Pocos momentos en la historia han desatado tantas esperanzas fallidas con el derrumbe de la Unión Soviética a principios de los años noventa. Se creía que el Estado más grande del mundo evolucionaría hacia sistemas auténticamente republicanos, en los que las naciones que integraban ese conglomerado encontrarían la ruta hacia la libertad y la prosperidad. No fue así, con excepción de las repúblicas bálticas. Sobre todo, el mayor de estos países, la Federación Rusa, rápidamente devino en un Estado autoritario. La herencia de la Unión Soviética estaba envenenada por las arraigadas prácticas represivas y totalitarias. Como registra Christopher Andrew, uno de los mayores expertos en estos temas, la tenebrosa KGB, el servicio secreto soviético y el más efectivo brazo ejecutor de las políticas del Estado comunista, tardó poco en recuperar el poder. Durante la presidencia de Boris Yeltsin, los últimos tres primeros ministros, Yevgeni Primakov, Sergui Stepashin y Vladimir Putin, habían sido altos funcionarios de la KGB. El último de los citados captó todo el poder hacia 1999 y lo ejerce desde entonces, alternándose con su hombre de paja, Dmitri Medvédev, porque en esta falsa república se ha dado el lujo hasta de practicar la alternabilidad, que es una característica fundamental de las verdaderas. Uno de los títulos que ostentaban los zares, los antiguos monarcas absolutos rusos, era el de “autócrata de todas las Rusias”. Ese mismo calificativo se puede adjudicar al actual presidente.

Dentro de pocas semanas se llevarán a cabo elecciones en la Federación Rusa. Han sido descalificados los candidatos opositores con alguna opción de hacer contrapeso a Putin, quien se reelegirá directamente, olvidándose de la alternancia. No hay verdaderas posibilidades de que el exfuncionario de la KGB no reedite su mandato. Se puede pensar que estos asuntos de la lejana Rusia no nos interesan mayormente, aquí tan distantes, pero no es así. El régimen de este país está jugando un papel muy importante en América Latina, apoyando al equipo de los malos, es decir, a las dictaduras de Venezuela, Nicaragua y Cuba... Ecuador, ¿en qué bando jugará? (O)