Lejos de toda polémica frente a tan delicado asunto, debo, como columnista, aportar algo de conocimiento acerca de sanctum praeputium. No tomo en serio su existencia pues no podría haber más que uno, pero existen muchos supuestos santos prepucios: uno se halla en la Basílica de San Juan de Letrán en Roma, otro en la catedral de Le-Puy-en-Velay (Francia), un tercero en Santiago de Compostela, otro en Amberes, así como en las iglesias de Besançon, de Metz, de Hidesheim. Se ha señalado que tras las  cruzadas  circulaban por  Europa  hasta catorce reliquias identificadas como tal. En 1426 se constituyó en Amberes una hermandad compuesta de 24 ilustres prelados destinada a la protección de la reliquia.

Hoy día existen numerosas reliquias de la santa cruz. No tiene sentido que haya reliquias de ciprés, de pino y de olivo, algunos piensan que la cruz del Señor fue hecha de diferentes tipos de madera. Calvino comentó que había bastantes reliquias como para llenar un navío. Aparte de su importancia física como reliquia, se ha asegurado que el santo prepucio ha surgido en una famosa aparición mística a santa Catalina de Siena. En su visión, Jesús se casaba místicamente con ella, le ponía su prepucio amputado como anillo de bodas.​ El rastro de esta leyenda no se ha podido seguir más allá de una parodia anticatólica del siglo XVII, por tanto es de dudosa credibilidad.

A finales del siglo XVII, un erudito y teólogo católico  en su obra  De Praeputio Domini Nostri Jesu Christi Diatriba (acerca del prepucio de Nuestro Señor Jesucristo) especulaba con la idea de que el santo prepucio pudo haber ascendido al cielo al mismo tiempo que Jesús y se habría convertido en los anillos de Saturno, que se habían observado recientemente usando telescopio. Voltaire, en  Tratado sobre la tolerancia  (1763), se refirió irónicamente a la  veneración del santo prepucio como una de las numerosas supersticiones que eran “mucho más razonables... que detestar y perseguir a tu hermano”.

En realidad la obra de teatro recientemente censurada nos habla de una reliquia inexistente. Me recuerda el escándalo que produjeron los Versos satánicos de Salman Rushdie cuando el ayatolá Jomeini de Irán hizo un llamado a los musulmanes para que mataran al autor británico nacido en India, por la publicación de la novela. También evoco el asesinato brutal de doce dibujantes humoristas, en Charlie Hebdo, culpables de haber ofendido con sus dibujos al dios de los musulmanes. ¿Cómo así no se ofendieron los pudibundos cuando se puso en escena con sumo éxito el monólogo de la vagina o el del pene? De igual manera, Charles Baudelaire fue condenado por los tribunales cuando publicó sus maravillosas Flores del mal. Recuerdo que Abdalá Bucaram prohibió la proyección de la película La luna, de Bertolucci; que un sacerdote me atacó en el diario El Telégrafo por haber defendido La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese. Quisiera ver el mismo movimiento de rechazo frente a los sacerdotes pederastas (que ya son miles y miles). Quizás mañana reprocharán a Bonil cualquier dibujo irreverente que tenga algo que ver con religiones. (O)