Entre las cosas que ocurrieron en el mundo durante el año que pasó destaca el intento fallido de independencia de Cataluña, la región de España que soñó con ser tan independiente de España, como los países de nuestra América en las primeras décadas del siglo XIX: la diferencia es que nosotros lo conseguimos.

Parecía que Cataluña quería ser un país nuevo y distinto integrado al continente más viejo e inquieto del planeta, donde parece que todo está hecho hasta que caemos en la cuenta de que es siempre donde todo empieza. Pero resulta que ni a Europa ni a España les gustaba la idea, entre otras cosas porque tanto en España como en Europa hay unas cuantas regiones bastante más grandes y pobladas que Luxemburgo, a las que les gustaría ser tan independientes como ese estado soberano de la Unión Europea: la independencia de uno de ellos dispararía un efecto dominó interminable.

Intuía el Gobierno español que el Gobierno catalán intentaba la independencia fregándose en la mayoría de la voluntad de los catalanes, así que para conjurar el intento secesionista y por considerarlo ilegal, mandó una intervención que cesó al gobierno autonómico y llamó a elecciones generales para formar nuevo gobierno. Esas elecciones se realizaron el pasado 21 de diciembre y quien sacó más votos –raspando– fue la candidata no independentista Inés Arrimadas. Pero lo interesante y que complica más las cosas es que la suma de los candidatos independentistas se quedó con la mayoría en el Parlamento catalán, así que la cosa volvió a trabarse y todavía no se sabe para dónde va a saltar la liebre del independentismo.

Los tabarneses están empeñados, ahora más que nunca, en un proceso calcado al del independentismo catalán, pero para independizarse de Cataluña, así que Cataluña no puede oponerse porque entonces le daría la razón a España. Y si Tabarnia se independiza de Cataluña dejaría al resto de Cataluña convertido en un país con buen vino y excelente butifarra... y nada más.

Bueno, no se sabía para dónde iba a saltar la liebre del independentismo hasta la aparición en escena de Tabarnia. Se lo explico en tres párrafos:

Integran Cataluña cuatro provincias: Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona. Barcelona y Tarragona son las provincias marítimas de Cataluña, con sus capitales recostadas sobre el Mediterráneo, que además son las zonas más urbanas, pobladas e industriales de la región y también de España. Lérida y Gerona (Lleida y Girona), en cambio, son zonas más rurales del interior de la autonomía, más grandes en extensión y con menos densidad de población.

Resulta que en las elecciones del 21 de diciembre en Barcelona y Tarragona perdieron los independentistas y ganaron en Gerona y Lérida. Todo bien hasta ahí ya que suele ocurrir en cualquier elección: lo que vale es el número completo y no los datos parciales temporales o geográficos, aunque esos mismos datos sirvan para el análisis y las proyecciones que suelen hacer los mentirólogos –perdón, los encuestadores– cuando los invitan a los paneles de la televisión.

Lo curioso es que después del 21 despertó otro proceso independentista que andaba medio dormido desde su creación en 2012. Con ta de Tarragona, bar de Barcelona, Tabarnia tiene nombre, bandera y espacio que coincide exactamente con las diez comarcas donde ganaron los españolistas: un núcleo geográfico compacto sobre el Mediterráneo, adentro de Cataluña y con el PIB más alto de España. Los tabarneses están empeñados, ahora más que nunca, en un proceso calcado al del independentismo catalán, pero para independizarse de Cataluña, así que Cataluña no puede oponerse porque entonces le daría la razón a España. Y si Tabarnia se independiza de Cataluña dejaría al resto de Cataluña convertido en un país con buen vino y excelente butifarra... y nada más.

No sabemos si Tabarnia se va a unir a España una vez independiente o solo lo están haciendo para mostrar la fragilidad del argumento independentista catalán. Por ahora solo parece el comienzo del cuento de nunca acabar. Es que a veces la política es magia pura, y no solo en nuestra América. (O)