Enero es el primer mes del año en el calendario gregoriano. Toma su nombre del dios Janus, el dios romano de los comienzos y los finales. El principal templo de Janus en el foro romano tenía puertas que daban al este y al oeste, hacia el principio y el final del día, y entre ellas se situaba su estatua, con dos caras, cada una mirando en direcciones opuestas. Por eso le fue dedicado el primer mes del año.

De ahí que enero es una dualidad, por un lado miramos al año anterior para aprender de los errores, revisar qué nos propusimos y no logramos, las acciones que dijimos que íbamos a hacer y finalmente no pudimos, para entender en qué podemos mejorar. ¿Qué nos enseñó el año que concluyó? ¿Cómo podemos aumentar la capacidad para alcanzar nuestros retos y desafíos, con base en esas lecciones? Y por otro lado prestamos atención al futuro, imaginar los logros a conseguir, lo más importante por hacer, la visión de lo que queremos ser en el año que se inicia. Es un mes para mirar el futuro sin perder de vista el pasado. Enero nos indica que todo tiene un fin y un comienzo y que es común que se den simultáneamente.

Janus era representado en Roma por puertas, pórticos y puentes. Las puertas y pórticos nos abren a nuevos paradigmas, a nuevas formas de ver el mundo a la vez que cierran viejos paradigmas y mentalidades; mientras que los puentes son estrategias y acciones que nos conectan donde queremos ser y estar.

De ahí que es un mes decisivo para el ser humano para dejar y aceptar. Nos sirve para acoger la mentalidad de crecimiento, las personas somos capaces de mejorar a lo largo del tiempo e introducir cambios según sea necesario, en la vida personal, familiar, social y del trabajo. Podemos volver nuestras vidas dinámicas y adaptables, y sobre todo en los momentos que nos ha tocado vivir. Como afirmó Steven Covey: “Somos los dueños de nuestro propio desempeño; y para ser efectivos, necesitamos reconocer la importancia de tomarnos tiempo regularmente para renovar y refrescar”.

Y también es valioso para mirar más allá del horizonte de lo local y pensar en grande, y abrirnos a la mentalidad de la abundancia, observando los referentes mundiales cada uno en su campo y entendiendo las oportunidades que el mundo nos presenta hoy.

Janus era uno de los dioses romanos más antiguos, era muy popular y los hogares disponían de un altar donde se invocaba tener un buen día. Y tenía un agudo sentido de justicia, propiciado porque conocía lo que había ocurrido y lo que estaba por ocurrir. Por eso en Roma las puertas de su templo se abrían en los momentos de conflicto, con la esperanza de que interviniese para establecer orden y asegurar un buen final. Podemos traer a nuestros días este rico simbolismo del dios Janus y reflexionar con lucidez y sabiduría líderes, políticos, empresarios, trabajadores y todos en general para encontrar juntos un mejor camino para nuestras vidas y nuestro país en el año que comienza. (O)