“Usted habla desde el deseo y yo hablo desde la ley”. Es la alternativa aparentemente excluyente que resume la posición de Carlos Ochoa, superintendente de Comunicaciones del Ecuador, frente a los cuestionamientos de su entrevistadora Janet Hinostroza, en la mañana del 20 de diciembre reciente en Teleamazonas. Una entrevista esperada que no defraudó al público, y que constituye un documento riquísimo porque permite diferentes lecturas válidas, incluyendo la que presentaré a continuación.

En primera instancia, parecería que el entrevistado tiene razón, puesto que “mi querida Janet” (como él la llama, con indeseado afecto) parece, en algunos momentos, inevitablemente tomada por sus propios afectos y afectada por su deseo. Frente a un superintendente que superentiende la ley de comunicaciones, que actúa como el único hermeneuta autorizado de la misma, y que luce docto, imperturbable, irónico, infalible y atildado durante los cuarenta minutos de la entrevista. Un implacable ejecutor de la ley, tan refractario a la palabra del otro si es el entrevistado como si ocupa el lugar del entrevistador, según dimos cuenta en esta columna hace ocho años (“Ochoa / Gutiérrez”, martes 3 de noviembre de 2009). Porque, hablar desde el deseo o hablar desde la ley, ¿constituyen una alternativa excluyente?

Somos sujetos del inconsciente, incompletos, en falta, sujetos al lenguaje y a la posibilidad del malentendido, sujetados a la ley y abocados al deseo hasta el día que dejemos de existir. El deseo que no es deseo de algo específico, identificable y hallable en la realidad material para ponerle fin al desear. El deseo, entendido más bien como el vacío impulsor que nos despierta cada mañana para seguir buscando, investigando y preguntando algo más, movilizados por nuestra falta estructural. Una falta que no se llena, y de la cual todos estamos afectados, incluyendo a quien tenga la autoridad de funcionar como portavoz de la ley en el nombre del Padre simbólico. Porque nadie “es” el Padre simbólico, a lo sumo se habla en su nombre. Quien habla en el nombre de la ley es únicamente un vocero, igualmente afectado por la falta y por el deseo: un ordinario sujeto del inconsciente como Janet Hinostroza e igual que todos. A menos que alguien no lo sea o pretenda no serlo.

Seguramente a nadie le llamó la atención que el superintendente de comunicaciones niegue tres veces a Rafael Correa antes de que le cante un gallo, porque eso está de moda entre los funcionarios públicos ecuatorianos. Pero lo que resulta más inquietante del señor Ochoa es que proponga como excluyente una alternativa que no lo es. ¿Qué puede pensarse de una posición discursiva en la que el locutor desmiente su condición de sujeto del inconsciente y del deseo, y que en lugar de funcionar como un portavoz de la ley y un intérprete vulnerable a la posibilidad del malentendido igual que todos, más bien se propone como un instrumento “asubjetivo” (no es lo mismo que “objetivo”) de ejecución de la ley? Porque hay una distancia clínicamente significante entre un sujeto portavoz de la ley y alguien que se ufana de ser un instrumento de ella.

Que cada lector construya su propia respuesta a la pregunta planteada. Yo tengo la mía. (O)