Ecuador vive un proceso de deflación, es decir, de baja continua de precios (lo contrario de la inflación). Esto lo vemos en el índice de precios al consumidor que ha bajado 0,1% en 12 meses (en realidad, la caída es mayor porque el INEC no mide muy correctamente las rebajas, promociones, etc… que hacen las empresas), igual el índice de precios al productor -1,5%. Pero también a nivel macro: entre 2007 y 2014 el PIB nominal creció en 99%, de lo cual 37% era volumen y 45% precios, mientras que del 2014 al 2016 bajó -3%, de ello -1,6% es cantidad y -1,4% precios (¡en 2017 ambos mejoran, lo cual es un poco extraño!).

La deflación es complicada por varias razones: los compradores esperan que los precios bajen aún más para comprar (afectando así ventas de las empresas), el vendedor tiene menos ingresos pero no todos sus costos bajan, lo cual afecta márgenes (no bajan los costos laborales, ni servicios públicos ni costos financieros al menos en la misma medida, etc…), los que tienen deudas encuentran mayores dificultades para pagarlas (el monto de la deuda se mantiene y el interés baja muy poco mientras los ingresos disminuyen). Claro que como en todo proceso económico, hay ganadores: los ahorros se revalorizan (aumenta su poder adquisitivo porque las cosas cuestan menos), y así mismo mejora el poder adquisitivo de los salarios… ¡para quienes mantienen a la vez su empleo y su salario (no todos)! Viendo pros y contras, estos procesos deflacionarios son más bien negativos, y por eso es mejor que, al menos, los ajustes se hagan rápidamente.

Pero ojo, una observación importante: acabamos de describir la deflación que viene después del estallido de una burbuja, como se dio en Grecia o España (burbuja ligada a las distorsiones de los bancos centrales que bajaron artificialmente los intereses y crearon, por ejemplo, la burbuja inmobiliaria), o como se da en Ecuador (burbuja ligada al altísimo precio del petróleo más deuda que el Gobierno, de manera irresponsable, convirtió en espejismo). Esas burbujas estallan y la economía vuelve a precios, salarios y actividad económica más compatibles con la productividad. Sin embargo, hay otra deflación que el mundo ya no conoce desde hace más de 100 años, pero fue entonces muy común (siglo XIX), y es la deflación por productividad. Ganar productividad es simplemente producir más y mejor, y esto se traslada a los compradores a través de precios más bajos. Se tiene entonces un círculo virtuoso: más productividad, precios más bajos, salarios con más poder adquisitivo (sin tener que subir los salarios necesariamente), ventaja a los ahorristas y no a los deudores (lo cual es clave también, ya que el ahorro, no el consumo, es el motor de la economía). ¿Por qué ya no tenemos eso en el mundo? Simplemente porque los bancos centrales han intervenido y generado un ambiente inflacionario (de baja inflación en las dos últimas décadas…, ¡aunque extrañamente cuando se habla de baja inflación se tiene una inflación perniciosa a nivel de activos!)… Por ahora, en Ecuador ¡nos toca absorber esa deflación! (O)