Hace poco tiempo conversaba con una amiga de la familia, ella estaba pasando una etapa muy difícil, había perdido a su esposo después de una dolorosa enfermedad, mientras hablábamos noté en ella un gran resentimiento con la vida y sobre todo con Dios, contaba que habían orado mucho y que tenían mucha fe en la curación de su esposo, él estaba convencido de que saldría bien de todo este calvario: pero a pesar de todas sus oraciones y cuidados, él partió.

Hace ya cuatro años mi hermano (el periodista guayaquileño Fausto Valdiviezo), quien tenía una gran fe en Dios, fue abaleado fuera de la casa de nuestra madre; el día anterior había sufrido otro atentado mientras conducía su vehículo, le dispararon desde otro carro con tanta “suerte” que las balas no lo alcanzaron, en ese instante su fe se hizo gigante, creyó que Dios lo había protegido y que en adelante nada le iba a pasar porque Dios estaba con él. El fin de esta historia ya lo saben.

Dos historias diferentes pero con algo en común, la confianza total en el Creador; pero, ¿por qué todo falló?, ¿no fue su fe tan profunda?, ¿por qué unas personas sí tienen los resultados que buscan y otras no? Creo que la respuesta es mucho más sencilla de lo que pensamos, y esta radica en la voluntad de Dios, que es lo que realmente cuenta; lo que Él ha dispuesto para nuestra vida. Por eso, cuando pedimos algo, para que se dé, debe estar en total sintonía con su voluntad. Tener fe no es creer que todo lo que pedimos se nos va a conceder. Tener fe es que, a pesar de no obtener lo que pedimos, seguimos confiando en que Dios hace las cosas por nuestro bien. ¿Estamos preparados psicológica y espiritualmente para aceptar este tipo de adversidades? Creo que solo el mismo Dios, en respuesta a nuestras oraciones, nos puede dar la fuerza de su amor que reconforta y cura.(O)

Soraya Valdiviezo Moscoso, Guayaquil