En el siglo XVII las preciosas ridículas fustigadas por Moliere llamaban al espejo: “consejero de las gracias”, a las butacas: “comodidades de la conversación”, a los ojos: “espejos del alma”. Aquella refinería literaria convertida en moda no desapareció, modificó sus modales. ¿Será que debemos evitar los términos directos como golear prefiriendo “mandar el esférico en las piolas”? Les propongo entonces, en vez de la trillada salsa Maggi “la quintaesencia de la hemoglobina taurina”; en lugar del prosaico análisis de orina, nos haremos una “uromancia”. Un abrir y cerrar de ojos se hará “estremezón palpebral”; el Mal de Parkinson, “trepidación coscojera”; las prostitutas volverán a ser “peripatéticas”; Nelson Ned, “una sinopsis cantarina”.

Nada me sorprende, pues el disco long play (larga duración) fue calificado durante años como acetato moreno; en vez de “el público ovacionó” dijeron que premió con palmas. El innoble ano se convirtió en “el orificio alcantarillesco de los desechos nutricios”. Si nos piden una opinión acerca de algún pintor abstracto soltaremos con absoluta seriedad: “El maestro Lizardi evidencia una elipsis tartajosa, cuyo pinganillo secreta un urticante tremor”. Y si alguien discute nuestro punto de vista inventaremos una obra despampanante: “¿Qué... Usted no leyó Los getulos y la signología zorrera, de J. X. Landshut?”.

Dejando la broma a un lado, me preocupa la invasión de términos insólitos cuando una mujer se vuelve “una man”. Salvado Dalí, al comentar el acto sexual hablaba de “la máquina de coser”. Nació en 1934 la obra de Óscar Domínguez: “La máquina de coser electrosexual” impregnada de erotismo salvaje y sadomasoquista.

Sigo proponiendo una serie de perífrasis que nos convertirán en pilares de la semántica. El sostén o brasier será un “equilibrador de masas”, no hablaremos de grajo (horrenda palabra) sino de sobaquina. Recuerdo campañas publicitarias del pasado, no termino de entender eso de “la guía que guía”. ¿Se acuerdan ustedes de la época en que nos vendían gasolina Anglo con M.P.A.? Jamás encontré a alguien que me lo pudiera explicar, pero seguí “tanqueando” con M.P.A. La mayoría de las publicidades para fundas de alimentos suelen usar un vocabulario que nadie entiende, es parte de la mistificación. Si chequean los ingredientes de las cremas de champiñones se toparán con palabras sofisticadas como compactantes, inositato disódico, tiamina, niacina, dióxido de silicio, riboflavina, cúrcuma. Un amigo mío me asegura que la cúrcuma tiene propiedades terapéuticas milagrosas y hasta cura el cáncer. Por los años setenta una bebida gaseosa blanca lanzaba como lema: “Atrape el sabor del desafío”, frasecita agresiva con machismo subliminal.

Grandes escritores como Camilo José Cela, Álex Grijelmo defendieron el idioma con capa y espada. Grijelmo da como ejemplo la intención con que decimos las cosas. A las personas que tienen el síndrome de Down se les llama “mongólicos” y se puede convertir en insulto. En inglés no muestran mucha creatividad con las llamadas malas palabras. Fuera de fuck, shit, ass, hay que buscar, mientras que el idioma español y el francés tienen centenares. Los idiomas son de doble filo, comparen C’est la vie y se la vi. Nuestra forma de hablar nos suele delatar. (O)