¿Dónde están los Caballeros de la Mesa Redonda cuya cortesía consistía en proteger a las mujeres, niños, seres desvalidos? ¿Dónde está Florencia Nightingale, fundadora de la moderna escuela de enfermería, la que pasó los últimos cincuenta años de su vida postrada por una enfermedad paralizante?

¿Dónde están Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Hemon y Antígona, incapaces de sobrevivir el uno al otro al amor apasionado que los devoraba? ¿Dónde está El Principito, capaz de exaltar el secreto de un zorro inspirado, una rosa domesticada? ¿Juan Salvador Gaviota, empeñado en llevar a cabo sus ansias de perfección; Mafalda, conciencia de América? ¿Dónde están los que murieron por un amor equivocado, quinceañeras suburbanas capaces de ingerir diablillos, insecticidas, con tal de absolver una insignificante pero inmensa pena? ¿Quiénes son los que fueron eternamente condenados por un manojo de errores, aquellos que ciertos llaman pecados?

¿De qué sirve el arrepentimiento cuando ya hemos mandado al ser amado la flecha de la discordia, provocando una dolorosa ruptura, sufrimientos irreparables, cuando las cuotas de perdones ya se agotaron? ¿De qué sirvieron las promesas que no cumplimos, los juramentos tan insulsos como los que suelen hacer los borrachos? ¿Dónde están los miles de seres que perecieron cuando unos aviones embistieron las Torres Gemelas, civiles inocentes que siguen muriendo en Siria, en Afganistán, en Irak, en Palestina, en Jerusalén? ¿Dónde están los millones de judíos asesinados en campos de concentración, niños convertidos en bombas ambulantes, palestinos ametrallados, kurdos gaseados, cristianos degollados, niñas mutiladas? ¿Dónde están los pecadores convertidos en herejes, chiquillas que se entregaron por amor pagando su audacia en la hoguera por desafiar a la temible Inquisición, árabes diezmados por cruzados católicos empeñados en masacrar al prójimo con tal de rescatar la tumba de Cristo, millones de criaturas devoradas por la hambruna en las arenas de cualquier desierto? ¿De qué sirven los implacables homofóbicos si jamás comprenderán que la naturaleza muchas veces crea con caprichos seres diferentes, sean lesbianas, gais o transexuales, los que solo desean ser felices?

Siguen desapareciendo emigrantes en el mar Mediterráneo, siguen muriendo personas inocentes por atentados terroristas en todas partes del mundo. Que las bombas sean arrojadas por Rusia, Siria, Francia o Estados Unidos no cambia el siniestro aspecto de la brutalidad. Estamos en víspera de una tercera guerra mundial, Corea del Norte hace brindis por el éxito de su último misil, Trump, con terquedad, juega a quién será el más fuerte, Kim Jong-Un declara estar listo para iniciar el conflicto. Diez millones de personas murieron en la Primera Guerra Mundial, sesenta y dos millones en la segunda; de nada sirvieron ambas lecciones, las fábricas de armamento deben encontrar a quiénes venderlo.

¿De qué nos sirve viajar a la Luna, a Marte, a cualquier lugar distante si no somos capaces de lidiar con quienes están tan cerca de nosotros? ¿De qué sirven las religiones si las usamos para combatir a quienes no comparten nuestras creencias? Las fuentes del llanto agotaron su reserva de lágrimas. ¿De qué sirven los psicoanalistas si los humanos se dejan llevar por los instintos? Solo podría salvarnos un humanismo sin fronteras, sin barreras religiosas o políticas. (O)