De hecho, en términos de administración doméstica, jamás dejaría entrar –o volver a entrar– a mi hogar a quien nos maltrató, difamó, humilló y calumnió como familia:
La decisión del presidente Lenín Moreno de conciliar en el espacio público con sus actores incluidos –en medio de “un ambiente excesivamente politizado”– podría tener innegables y plausibles intenciones de cuajar un Estado de bienestar social, a menos que sea una estrategia cómoda para llevar la fiesta política en paz, entendiendo que ello obligaría a claudicar reivindicaciones logradas en la década pasada y que se las sostiene con posiciones ideológicas claras.
Así, estos primeros meses de gestión el nuevo gobierno va ralentizando –a mi personalísimo modo de ver– el ambiente político en el que al menor descuido los aliados se vuelcan, los enemigos contraatacan, los camarones se van con la corriente, los camaradas se levantan la limosna, los agnados relajan sus obligaciones y los cognados encienden la juerga a mitad de la jornada.
El propio primer mandatario lo ha admitido: califica de entendibles las reacciones de asombro e indignación de ciertos voceros sobre las decisiones de convocar a diálogos en el Palacio de Carondelet –excepto el sostenido con Jaime Nebot Saadi, que se siente mejor jugando con guayabera y de local– con políticos que –en ciertos casos– representan un pasado oscuro de desapariciones, latrocinios, cinismos, oportunismos… Actores que no se sabe a qué mayorías representan, pues no se trata de un diálogo directamente conciliador con las víctimas de un feriado bancario oprobioso, de pacientes olvidados en los pasillos de hospitales públicos, de docentes obligados a tener más de dos trabajos para subsistir o de amazónicos condenados a ser un mito.
No. Se trata de un diálogo entablado con ciertos actores mediatizados a quienes sí se les reivindica la posibilidad de volver a la palestra política de la que salieron cargando en sus espaldas promesas incumplidas, costales de dinero, desapariciones forzadas e intereses de grupo excesivamente satisfechos.
Y esta ralentización muestra otros no muy interesantes indicadores: la recuperación de estereotipos como el de la primera dama extendiendo la mano caritativa a los “pobrecitos”; la infundada denunciología pública pisando firme –de nuevo–, la ingratitud y la deslealtad como valores, en fin…
Desde lo local, desde la bella Cuenca, no imagino un diálogo transparente con actores que rescataban cínicamente la posibilidad de “tostar granizo” como estrategia política. Actores que no procedieron con sensatez al momento de levantar marchas, “virar” concejalas o posicionar temas de debate nacional. Actores que ya probaron lo cruel del oportunismo cuando idearon, organizaron, financiaron –con dineros públicos–, la tal llamada “Unidad”, de la que fueron excluidos porque sus ambiciones superaban a los de la vieja política, y quedaron al final electoralmente excluidos.
Para cerrar, quisiera reproducir una contundente frase aparecida en las tan graciosas redes sociales, que llevaba un mensaje urgente al presidente Moreno, dando la campanada de alerta sobre lo que puede ocurrir en procesos ingenuamente bondadosos en los farragosos terrenos de la política ecuatoriana: “Lenín: esto es política, no misa”.
Disculparán, por favor, esta humilde opinión de este su servidor. Ahora sí, acaso quieren, dialoguemos nomás. (O)










