Es decir que deja estupefacto, atónito y pasmado. Así me quedo al ver la actitud de las Fuerzas Armadas venezolanas ante la vergüenza y el horror que se ha abatido sobre su país. Sumisas a la voluntad de un tirano grotesco, rodeado de los mayores corruptos del continente, subordinadas al narcotráfico y a los agentes de una dictadura extranjera, han perdido todo viso de dignidad y honor. Y cuando se llega a ese estado extremo de miseria moral, la conciencia se anonada y no hay problema en colaborar en la represión más desatinada contra su propio pueblo, que es su soberano y mandante.
Se dirá que las Fuerzas Armadas deben obedecer al Gobierno legalmente constituido, a la Constitución y a las leyes. Pero antes que estas entidades están los derechos naturales de los individuos, que son la fuente suprema de la que dimanan todos los poderes y toda la institucionalidad, porque en ellos está basado el Derecho. Cualquier norma o gobierno que no respete esos valores ha perdido legitimidad ética y debe en conciencia ser desobedecido. Imaginen, señores militares bolivarianos, lo que habría ocurrido si los libertadores no hubiesen desconocido las leyes de la corona española y las autoridades que en base de ellas gobernaban la Capitanía General de Venezuela. Y, dirigiéndome a los defensores ecuatorianos del chavismo, ahora más constitucionalistas y demócratas que Bello y Montalvo, les hago acuerdo que en este país se dieron revoluciones que ahora ellos mismos glorifican, movimientos militares que significaron la ruptura de constituciones y el derrocamiento de autoridades electas conforme a esas cartas magnas. Así fueron las revoluciones Alfarista y Juliana.
La convocatoria a una “asamblea constituyente” espuria, diseñada para que el Gobierno tenga forzosamente mayoría, contradice todos los esquemas jurídicos, incluido el creado por la propia revolución chavista y es un punto de no retorno, de hundimiento en la tiranía. No habiendo otra salida, el tema de la insurrección militar no debe ser anatema. Hay situaciones que no tienen más solución, son circunstancias análogas a la defensa propia de los individuos, que permiten el uso proporcionado de la violencia. Se da por descontado el apoyo de amplios sectores civiles a la medida, ¿no ocurrió así en 1944 en Ecuador en la llamada Revolución Gloriosa? Tal movilización debe cumplir ciertas condiciones como respetar la vida y la integridad de los funcionarios destituidos; someter a los culpables de violaciones de los derechos básicos a un debido proceso; y, sobre todo, iniciar lo más rápidamente posible la transición a un gobierno electo que presidirá el proceso de restauración de la juridicidad republicana y el desmontaje del aparato totalitario. Habrá ciertamente una quiebra institucional. ¡Y eso es lo que se busca!, romper la estructura criminal del Estado, pero afortunadamente se contaría con el apoyo de una legítima Asamblea Nacional. La historia premiará a quienes protagonicen una revolución efectuada bajo estos parámetros, mientras que a aquellos que permanezcan obedientes a los déspotas los sepultará el más despreciable de los olvidos. (O)