Cuando en el año 2007 se presentó la edición conmemorativa de Cien años de soledad, la novela de Gabriel García Márquez, él confesó: “Ni en el más delirante de mis sueños en los días en que escribía Cien años de soledad llegué a imaginar que podría asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares”. Hasta hace diez años se había calculado que habían circulado ya cincuenta millones de ejemplares de esa novela (desconozco si están contadas las publicaciones pirata). Y en español ha salido una nueva edición conmemorativa, esta vez por los cincuenta años, ilustrada con dibujos de la chilena Luisa Rivera.
Aparte de sobrevivir a las penurias económicas y escribir literatura y periodismo, García Márquez hizo muchas cosas en su vida, entre otras, mantener amistad con poderosos políticos de varias posturas ideológicas, como Fidel Castro, Omar Torrijos o Bill Clinton. Aunque siguen saliendo estudios que documentan la capacidad negociadora del escritor, frente a su obra literaria y periodística esos momentos ‘políticos’ del Nobel colombiano resultan acciones menores. El García Márquez que la humanidad seguirá recordando después de otros cincuenta años será el notable escritor de novelas, cuentos y reportajes.
A mediano y largo plazo, la capacidad transformadora de la buena ficción literaria es más fuerte que la de la política. ¿Hay políticos creativos? Creo que sí, y pocos. Tal vez aquellos que no hablan mucho, aquellos que no se exhiben tanto, están trabajando para alcanzar un mejor bienestar para sus comunidades. Pero las obras de los políticos, a pesar de las estatuas y los museos que se erigen, más temprano que tarde caerán en el olvido. ¿Quién era presidente del Ecuador en 1967, el año en que salió Cien años de soledad? ¿Quién dirigía nuestro Congreso Nacional? ¿Quién era vicepresidente de la República? ¿A qué partidos pertenecían esos señores?
La literatura crea un tipo especial de comunidad: aunque no se conozcan entre sí, quienes leen un mismo libro entran en una relación duradera porque han compartido los valores de una misma historia. La literatura es también comunidad imaginada. Y García Márquez intuía esta circunstancia, esta sí, de realismo mágico: “Los lectores de Cien años de soledad son hoy una comunidad que si viviera en un mismo pedazo de tierra sería uno de los países más poblados del mundo”. La novela Cien años de soledad es, pues, un país poblado, más estable que algunos que conocemos. Quizás no solo un país, sino un mundo total, un universo entero.
Somos, pues, ciudadanos de la literatura: estamos impulsados por la imaginación más creativa a hacernos cargo, en primer lugar, de nuestra pequeñez y de nuestras imposibilidades: de nuestras limitaciones. Tomemos de la literatura este secreto impregnado en sus páginas que puede curarnos del fanatismo, del delirio, de la desmesura, incluso de la locura, porque tener los pies en la tierra parecería ser una tarea de la cual los humanos queremos de cuando en cuando desentendernos. Leer Cien años de soledad, luego de medio siglo de su aparición, puede restituirnos un nuevo sentido de comunidad, de país. (O)