Los últimos acontecimientos políticos mundiales vinculados con los compromisos para mitigar los efectos de las emisiones causantes del cambio climático, en especial el retroceso del Gobierno americano al eliminar medidas conservacionistas hacia la utilización de energía limpia, que impulsó la administración Obama, y la falta de cumplimiento de los países para honrar sus ofertas adoptadas en París, nos llevan a creer que el planeta continuará experimentando aumentos sostenidos de temperatura, estimulando la generación de fenómenos atmosféricos dañinos, expresados en excesos de lluvias con inundaciones, alternadas con sequías agobiantes.

Así las cosas, se torna una necesidad imperiosa ejecutar acciones para adaptar los sistemas productivos agrarios a esas condiciones, preocupación constante de organismos de cooperación como el IICA (Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura), al editar una obra con el resumen de proyectos de prácticas agrícolas, en plena ejecución en algunos países de América Latina, entre los que se destaca el denominado Sistema Intensificado de Cultivo de Arroz (SICA), de inicial empleo en Madagascar, promovido por el economista agrícola Norman Uphoff, de la Universidad de Cornell, validado en nuestro medio por el profesional ecuatoriano Jorge Gil Chang. Se fundamenta en un cuidadoso trasplante temprano, no más de quince días; amplio espaciamiento, con una sola plántula por sitio, facilitando que todo el sistema radicular se expanda libremente, evite la competencia entre plantas y desarrollen su real capacidad de emisión de brotes o macollos fértiles, con más granos por espiga.

Se sustenta también en el uso eficiente de agua y suelo, además de estimular la expresión del potencial genético y crear resistencia a plagas y enfermedades, que se traducirá en cosechas sanas y rentables para el agricultor, reduciendo el consumo de pesticidas y fertilizantes, recurriendo a productos orgánicos, inaugurando condiciones favorables a una eficaz adaptación a las modificaciones traumatizantes del clima, bajando la emisión de efluvios gaseosos, en especial de metano, típico resultante de las técnicas de inundación del cultivo convencional de arroz.

El trabajo desarrollado por el investigador ecuatoriano Jorge Gil es digno de destacar, pues casi sin ningún apoyo estatal, con solo el otorgado por la Universidad Técnica de Babahoyo, ha logrado demostrar la eficacia de una nueva propuesta, ejecutable en distintos medios de siembra, incluso en los que disponen de muy pocos recursos hídricos, casi de aridez, con apenas ligeros riegos de humedecimiento, logrando rendimientos superiores del orden de 8,8 toneladas por hectárea, con una producción de alta calidad y respuesta recomendable al pilado y cocción.

Este tipo de patrióticos aportes, que salen de lo común, tiene detractores reacios al cambio, pero es alternativa idónea a la obligación de reducir la emisión de gases de efecto invernadero atribuidos al cultivo de arroz y una prueba cabal de que sí es posible desarrollar agricultura sin agraviar la naturaleza, alcanzar óptimos niveles de productividad con prácticas agroecológicas, disminuir el consumo de agua y obtener cosechas inocuas y saludables. El trabajo del IICA, ampliamente difundido en América Latina, incluye en su referencia bibliográfica el casi silencioso pero valioso esfuerzo de Jorge Gil, agrónomo ecuatoriano, que paradójicamente no encontró resonancia en las instancias públicas de su país, para masificar la probada tecnología. (O)