No creo en ella pero sueño con ella. La idea de poder contar con una segunda o más oportunidades para enmendar mis errores me parece seductora. Ni paraíso ni infierno, nada de recompensas o castigos sino volver a vivir hasta poder alcanzar la perfección, bondad absoluta, amor sublimado. Me seduce Teilhard de Chardin cuando habla de una evolución constante desde la materia (geogénesis) alzándose hacia la vida (biogénesis), culminando con el espíritu (noogénesis) sin que me importe que lo llamen alma, conciencia, esencia, o que el punto omega final sea el dios de cualquier religión.
Desde aquella planta carnívora que cierra su trampa para atrapar insectos y digerirlos, hasta los primates, los primeros homínidos, desde chimpancés, gorilas, orangutanes, el hombre en su definición actual: un bípedo capaz de crear lo inimaginable, transcurren millones de años lo que nos lleva a imaginar a un homo sapiens hiperadelantado pues en tan solo un siglo resulta asombroso lo que pudo crear. Mis abuelos, en su infancia, vieron rodar los primeros automóviles, volar los primeros aviones.
Hace poco quise volver a leer la Eneida de Virgilio. Más allá de lo mitológico, algo de pronto indigesto, encontré la actualidad de la reencarnación cuando el viejo Anquises recibe de su hijo la pregunta que me hace soñar: “O pater, aliquas ad caelum hinc ire putandum est sublimis animas, iterumque ad tarda reverti?” (pregunta si debemos pensar que desde el cielo donde suben las almas tenemos que integrarnos de nuevo en la pesadez del cuerpo). Anquises contesta que las almas van a beber en el río Leteo las aguas calmantes, los largos olvidos. Eso de poder deshacernos de las angustias vividas en la Tierra me parece esperanzador, aunque fuese un improbable sueño o se confunda con la simple desaparición de todo lo que fuimos.
Homero separaba el cadáver (soma) y el alma (psiché). Heráclito lo dejó aún más enigmático: “Los límites del alma no los hallarás en tu viaje, aunque recorras todos los caminos”. Cuando más voy leyendo, cuando más voy buscando, más perplejo me vuelvo. El ser humano es capaz de lo mejor, de lo peor, me sigue asustando la suma de errores que hasta la fecha pude cometer. Es necesario recorrer la máxima cantidad de caminos, de todos modos llegamos tarde o temprano al filo de un abismo, salvo el caso que nos quedemos con la fe pues ella no necesita razones ni demostraciones, mas yo no puedo vivir sin cuestionar. Nadie me puede explicar por qué hay tantos niños en Solca con cáncer en los ojos o en cualquier parte de su cuerpo. Nadie justifica los millones de asesinados en Auschwitz, Buchenwald, Belsen, Oradour sur Glane, Lídice. Los razonamientos teológicos nunca me convencieron. Hay que volver a leer La peste de Albert Camus. Lo del mal no se absuelve con un par de frases o una culpable resignación. Siempre me parece triste eso de pedir piedad frente a un terremoto, agradecer cuando no nos pasa nada mientras mueren miles. Con mis años a cuestas, solo albergo una certeza absoluta: el amor, que nos permite sobrevivir. (O)