Cualquiera que gane el próximo 2 de abril tendrá que enfrentarse con la crítica situación que recibe del Gobierno cesante y aplicar las soluciones políticas y económicas que considere necesarias. Entiendo que algunas van a ser como los remedios heroicos que pueden curar o matar al paciente. El pueblo, como siempre, pagará el costo del rescate nacional, porque los milagros no ocurren en las finanzas públicas.

Las revoluciones socialistas requieren la existencia de condiciones objetivas de injusticia social y el conocimiento de tales realidades. Ese conocimiento son las condiciones subjetivas. Para insistir en ellas y que el pueblo haga o soporte la revolución hay que acicatearlo con la prédica de los revolucionarios y la propaganda, las declaraciones altisonantes, el ataque a los explotadores a quienes se considera culpables de las injusticias. Eso lo saben hasta los políticos intuitivos que no pasaron por la universidad. Lo hizo Hitler con los judíos y el holocausto de seis millones. En nuestro país, Don Buca. Él sabía que tenía que usar un “cabeza de turco” (que no fuera él mismo) para atacarlo como símbolo de la clase dominante con su verba satírica. En aquellos días del siglo pasado vivía un hombre muy rico y talentoso, de alta alcurnia. Se llamaba Juan X. Marcos y Aguirre. Los ricos lo consultaban porque era analítico y tenía el don de percibir los buenos negocios y las circunstancias propicias. Era ideal para convertirlo en la causa de todos los males. Don Buca le decía “Juan Décimo” y quiso convertirlo en la encarnación del mal. Fidel Castro tildaba a los contrarrevolucionarios de “gusanos” a los cuales había que aplastar, porque él ejercía la dictadura del proletariado, la primera etapa de la revolución socialista en la que hay que exterminar sin piedad a quienes se oponen, a los que quieren conservar sus privilegios, a la odiada burguesía. Es la etapa sucia pero imprescindible de la revolución comunista. El marxismo-leninismo no inventó esa radical violencia: ya la había justificado Robespierre en la Revolución francesa.

Los análisis de Marx partían de la situación de su tiempo, hace siglo y medio. Las realidades han cambiado y también las estrategias. La revolución de física violencia está pasada de moda. Ahora la hacen constitucionalmente, sin la crueldad de antaño. (¿Cómo aguantan los venezolanos a Maduro?) En Ecuador, los “cabeza de turco” son los llamados pelucones. Los no partidarios del Gobierno, los culpables de que la revolución ciudadana no triunfe. Son los que denuncian la corrupción, los medios públicos no oficiales a los que hay que acallar porque no aceptan el fracasado proyecto del socialismo. Esta división entre revolucionarios y pelucones es una herida honda que se agrava hurgándola cada día para hacerla purulenta.

El próximo presidente, sea quien fuere, tiene que suturar las heridas del odio respetando a los ecuatorianos. Tiene que unir a los cobijados por la misma bandera, del partido que fueren, como quiera que se ganen la vida. Somos un solo Ecuador, fuerte si es unido.

Lilian Libertad Tintori, te tienen miedo. (O)