Hoy, Miércoles de Ceniza, los católicos comenzamos a vivir el tiempo litúrgico denominado Cuaresma, en el cual nuestra Iglesia nos invita, de manera particular, a llevar una vida austera y, especialmente, a practicar penitencias, procurando que nuestra conducta nos lleve a ser mejores personas y, por ende, buenos cristianos.

Ellas tienen diferentes formas y matices y generalmente consisten, por ejemplo, en ayunos y sacrificios voluntarios con que se procura la mortificación de las pasiones y sentidos y otros actos de mortificación interior y exterior.

Por supuesto, la reina de las penitencias es la recepción del sacramento que lleva su nombre, mediante el cual, por la absolución que imparte el sacerdote, se perdonan los pecados cometidos a quien los confiesa con el sincero dolor de corazón y el propósito de enmienda, que corresponde.

Dolor y arrepentimiento por una mala acción o por el sentimiento de haber ejecutado algo que se quisiera no haber hecho, con mayor razón si ha sido en perjuicio de una o varias personas.

También se llama penitencia a la pena que impone el confesor al que se confiesa, como reparación de los pecados cometidos.

En la liturgia católica se trata de un tiempo especial para ahondar en la introspección, que no pocas veces nos hace falta, pues los seres humanos tenemos una tendencia a fijarnos mucho en las omisiones, los errores y las faltas que cometen otras personas, sin fijarnos en el mal que hacemos o el bien que dejamos de hacer, a veces por pura pereza.

Sin duda este tiempo es propicio para practicar las obras de misericordia, que constituyen la esencia del cristianismo, pues si las realizáramos como lo hacían los primeros cristianos, ya nos dirían los ateos y los miembros de otras religiones: ¡Ved como se aman!

Pero sería increíble que se nos pudieran pasar los días, las semanas, los meses y el año sin que demos de comer y de beber a quienes necesitan, ni visitemos a los enfermos ni consolemos a los tristes, ni enseñemos a los que no saben ni corrijamos a los que yerran, ni demos posada al peregrino ni enterremos a los muertos, ni visitemos a los privados de libertad ni recemos por los vivos y los muertos, ni demos buen consejo al que lo necesita y menos perdonemos a quienes nos ofenden, ni vistamos al desnudo ni suframos con paciencia los defectos del prójimo.

Hoy estamos ante una buena coyuntura para enmendar nuestra conducta y procurar ser cristianos de verdad, dando pruebas, mediante palabras y obras de nuestro compromiso social, como bautizados.

Otra podría ser la manera de convivir, habría optimismo y esperanza en el corazón y en el rostro de las personas si cumpliéramos constantemente las obras de misericordia, no solamente porque empezamos nueva Cuaresma, sino por ser el modo de vida al servicio de los demás, misión que Cristo nos legó y, lamentablemente, solemos olvidar o solo practicamos en casos de desastres.

¿Cree que podremos lograrlo? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)