Hace pocos días, al escuchar la expresión Tengo pereza, casi instantáneamente, dije: Contra pereza, diligencia.

Esto es, mi memoria, amable en esta ocasión, me permitió retroceder casi setenta años y recordar las enseñanzas aprendidas en las clases de religión en mi colegio, justo en el tema de los vicios que nos hacen daño y de las virtudes que nos permiten triunfar contra ellos.

Tal vez también usted puede completar la lista, sin importar el orden: contra ira, paciencia; contra avaricia, largueza; contra gula, templanza; contra lujuria, castidad; contra pereza, diligencia y contra envidia, caridad.

Al hacer la investigación, para corroborar lo que recordaba, fui a un antiguo Catecismo de la Doctrina Cristiana, del P. José Deharbe S. J., probablemente editado al principio del siglo XX.

Para corroborar esa enseñanza, revisé el vigente Catecismo de la Iglesia católica y dentro del título Las virtudes humanas, cuyo desarrollo comienza en el número 1803, encontré el siguiente texto de san Agustín, en el número 1809, que transcribo porque creo que puede ser de gran beneficio para usted, como lo ha sido para mí.

“Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a Él (lo cual pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le entrega su amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza)”.

A mí me parece estupendo ese texto, lleno de verdad y sabiduría, útil para juzgarnos a nosotros mismos, con serenidad y verdad.

Creo que si nos cuestionamos a nosotros mismos, con la sinceridad que solemos tener en la soledad de nuestra conciencia, siempre que esta no estuviera afectada por vicios y corrupción, y siga intentando decir que somos buenos y honrados cuando en realidad no lo somos, solamente entonces podríamos redimirnos, con sinceridad y sin autoengañarnos.

Esto es muy importante porque no nos atañe solamente a cada uno de nosotros como personas, simplemente porque no somos seres aislados, sino que cerca y alrededor de nosotros hay personas que nos quieren y por eso han sufrido, sufren y tal vez tengan que sufrir aún más las consecuencias de nuestras lacras y debilidades.

La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza no solamente nos hacen daño a nosotros mismos, sino también a nuestro entorno familiar y social.

¿Sufrirán nuestras actuales y futuras generaciones si vamos dejando malos ejemplos y deteriorando la dignidad familiar, creándoles obstáculos sociales?

Siempre es pertinente hacernos un buen examen de conciencia que exponga vicios y virtudes, meditar, aprovechar el ejercicio y corregir lo que nos falta para ser quienes debemos ser: con honor y dignidad.

¿Debemos hacer ese ejercicio que nos enrumbe a una mejor convivencia social? ¿Por qué?

¿Sería tan amable en darme su opinión?

(O)