Antes de los Juegos Olímpicos de Río, y como resultado de las evidencias mostradas por la Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por sus siglas en inglés), la delegación de deportistas rusos se vio limitada a un número de 271 de 389 participantes previamente inscritos. Y es que el escándalo que habla de un “sistema gubernamental de dopaje”, colocó a Rusia contra las cuerdas al desvelar la presencia de superatletas cuyo rendimiento tiene una explicación en el uso de sustancias prohibidas, la utilización de métodos vedados o, de manera general, al cometimiento de infracciones a las reglas antidopaje. Es decir, mediante el doping, se crean falsos gladiadores (as), ídolos con pies de barro, que rompen la esencia del deporte vinculada con la transparencia y leal competencia.

Esta triste y decepcionante realidad, de algún modo, tiene su símil en repúblicas del socialismo del siglo XXI, en las que, en el discurso, con el uso de sofismas se construyen sociedades ideales o ficticias, como la isla de Utopía de Tomás Moro.

Por lo general, se trata de economías primarias, es decir, fuertemente dependientes de la explotación de sus recursos naturales, que han sido incapaces de romper la vieja división internacional del trabajo que determinó, como bien lo decía Eduardo Galeano, que unos países se especializan en ganar y otros en perder.

En este ámbito, mientras los precios internacionales de las materias primas se mantengan en su punto máximo, este modelo híbrido, adquiere –transitoriamente– una fortaleza y solvencia importantes, dado el ingreso extraordinario de recursos. Hablamos, entonces, de economías dopadas. Eso lleva incluso a que sus autoridades adopten posturas desafiantes. Aún se recuerda, por ejemplo, al desaparecido presidente Hugo Chávez decir “pónganme el precio del petróleo a cero y Venezuela no entra en crisis…”. Asimismo, no faltaron analistas que hablaron de la construcción de milagros económicos.

Sin embargo, ante la caída de los precios de las materias primas, la apreciación del dólar, la desaceleración de China, etc., determina que el modelo económico de estos países, versión monomotor, que se impulsan básicamente a través del gasto público, entre irremediablemente en crisis, explicada tanto por variables exógenas como endógenas.

Lo ‘bueno’ es que la llamada soberanía, según se dice, lleva a incluir como principales acreedores ya no a los organismos internacionales como el FMI o BM, sino más bien a otros actores. Se ha reemplazado como fuente de lectura a la terrorífica historia de la larga noche neoliberal por hermosos cuentos chinos.

En este punto de quiebre, estas economías dopadas por un desbocado gasto público, ante la falta de suministro de “estimulantes”, entiéndase dólares, en su calidad de adictas, convulsionan, se retuercen en respuesta al síndrome de abstinencia. Eso se refleja en una creciente cifra de desempleo y un abrumador empleo inadecuado.

Por otra parte, su alto riesgo país crea dificultades para obtener créditos, por lo que el perfil de la deuda externa se vuelve mucho más rígido, al estar condicionada a menores plazos y la fijación de altas tasas de interés. Lo ‘bueno’ es que la llamada soberanía, según se dice, lleva a incluir como principales acreedores ya no a los organismos internacionales como el FMI o BM, sino más bien a otros actores. Se ha reemplazado como fuente de lectura a la terrorífica historia de la larga noche neoliberal por hermosos cuentos chinos.

Lo cierto es que estas economías dopadas terminan, por cuenta propia, excluidas de las grandes ligas de países que forjan el crecimiento y desarrollo sostenidos sin recurrir a fundamentalismos ideológicos. (O)