A pocas semanas de haberse inaugurado la ampliación del canal de Panamá, a un costo por sobre los US $ 5.000 millones, cabe plantearnos cuáles son los desafíos que esta impactante obra de ingeniería que integra al mundo representa para Latinoamérica.

Inaugurado en 1914, el canal acercó revolucionariamente al comercio de los océanos Atlántico y Pacífico, transformando la región. Su actual ampliación, que permite el tráfico de los barcos post-Panamax (capacidad de carga de 13.000 TEU), ha generado reacciones en la inversión portuaria de la región. La ampliación del canal más el uso de este tipo de embarcaciones prevé como efecto que el tráfico marítimo se concentrará en una menor cantidad de puertos, los que a su vez necesitarán ser más amplios y de mayor calado. Además y tal como sucede con los tráficos de los aeropuertos, se presume que el movimiento de los post-Panamax se concentrará en grandes centros logísticos para su posterior trasbordo.

Estas perspectivas han desatado inquietud en el sector portuario regional, en busca de posicionarse como puertos hubs (pivotes o madre) o centros de transporte. Es así como en una especie de carrera se están invirtiendo millones de dólares en dragado, equipamiento y ampliación en puertos de Estados Unidos, como Miami; en Colombia, Bahamas, República Dominicana, etcétera.

El canal además de reducir la distancia para las rutas de comercio (Sudamérica oeste hacia Europa y el este de Estados Unidos y Canadá), es una herramienta que potenciará el crecimiento del comercio exterior de la región, más aún considerando los recientes tratados de comercio con esos destinos. El crecimiento en las exportaciones es el puntal del desarrollo de la región, de allí la importancia del tema.

Esta obra que podría pensarse que beneficia a Panamá y las grandes navieras, en realidad impactará fuertemente incrementando la eficiencia en el manejo de la carga regional y con ello viabilizará el desarrollo de aquellos puertos que aprovechen la oportunidad. Además de consorciarse con grandes operadores y líneas navieras, los verdaderos desafíos para aquellos países de la región que pretendan posicionar a sus puertos como hubs son la inversión y las políticas de Estado.

Se requiere evidentemente para calificar en el concurso que la infraestructura del puerto reúna las características que los nuevos tráficos demandarán, no solo en tamaño, calado y equipamiento, sino y principalmente en efectividad para movilizar las cargas. Deberán entonces ser además puertos francamente competitivos en productividad y precios.

Pero el reto continúa: no basta con el puerto, se requiere además que la infraestructura básica para el transporte (vías, energía eléctrica, telecomunicaciones ágiles, etc.) pueda soportar eficientemente esta expansión y para ello también habrá que potenciarla. Por sobre todo esto, no debe escaparse que estos desarrollos demandan políticas de Estado (aduaneras, tributarias, comerciales) que impulsen la eficiencia en la cadena integral del manejo logístico.

Al final, y como se puede ver, el reto es mucho más complejo que solo invertir o atraer inversionistas, se requiere planificación, institucionalidad y eficiencia regulatoria. El primer paso siempre será la inversión en infraestructuras, pero el objetivo es convertirlas en herramientas de desarrollo económico y eso solo lo logran las superestructuras humanas. Los primeros países que generen todas estas condiciones lograrán posicionarse y con ello una nueva era en el concierto portuario y del comercio se habrá escrito para Latinoamérica. Ecuador debe enfrentar la carrera. (O)