Saben, amo a Barcelona, disfruto de molestar a mis hermanos azules cuando pierden y la verdad gozo cuando también me molestan a mí y me les escondo para no escucharlos, siempre en la broma sana entre conocidos (como el carnaval)... Me encantaba ir al estadio, la última vez que fui, mi hijo de 6 años, extrañado, me hizo una pregunta que no pude contestarla ante el canto de la “barra brava”, donde se mentaba la madre de todo emelecista con el lenguaje más crudo y agresivo que se puede llegar a escuchar; él me preguntaba: “Papá, ¿por qué insultan a Emelec, no estamos jugando con ellos?”, ante tan inteligente pregunta lo único que atiné fue a alzar los hombros, hasta que vino la segunda: “¿Por qué insultar, si es un juego de pelota?”. “¿Podríamos jugar sin insultar?, ¿y qué fuman que huele tan raro?, ¿y por qué se pegan entre ellos?”.

Desde ese día, aunque suene tonto, más allá de las bromas y sorna entre conocidos hermanos azules, he decidido no ir más al estadio, y dejar de insultar al rival en los cantos que se entonan. Qué estúpido me debí haber visto parado junto a mi hijo insultando al rival y viendo cómo mi hijo repetía la fila de insultos y yo con cara de “plenitud” sentía un orgullo sin par de ver a mi vástago cómo agredía verbalmente al rival de turno.

¡Es un juego, es una pelota rodando! Recuerdo cuando iba con mi tío al Modelo y en la tribuna nos sentábamos azules y amarillos juntos, se veían manchas variopintas en todo el anillo del Modelo, nunca esas manchas separadas azules y amarillas; cuando a alguien le metían un gol era objeto de goce, y burlas cuando de repente le metían gol al equipo que gozaba hace pocos minutos, todos reíamos; al final salíamos todos abrazados discutiendo quién era mejor, afuera una carne en palito y un muchín y todo se olvidaba. ¡Por Dios, ¿no podemos volver a eso?!

¿Qué mérito tienen las dichosas barras bravas para arrebatarnos a las familias el derecho de ir al estadio con tranquilidad sin la preocupación constante de que haya peleas o lanzamiento de objetos entre ellos?

¿Por qué debemos preocuparnos por el color de camiseta que llevamos por temor a no ser linchado por una horda de fanáticos cegados por el alcohol, la emoción y otras “yerbas”.

Siempre me dicen que es imposible erradicarlas. Yo digo que no. El día que los clubes no caigan a los pies de estas hordas humanas llenas de gente disfuncional, violenta, de seguro se volverán a llenar los estadios . (O)

Roberto Mora Camino,
Guayaquil