Cuarenta y nueve personas fueron asesinadas en la ciudad de Orlando, estado de la Florida, en Estados Unidos. El 12 de junio, un hombre lleno de odio terminó con sus vidas. Los diarios y noticiarios, casi en su totalidad, tenían titulares como ‘50 personas muertas es el saldo de un tiroteo en Orlando’. Yo solo me referiré en esta columna a las 49 víctimas de esa siniestra y repudiable masacre. No daré espacio alguno para hablar del número 50, el asesino. Escribir sobre él sería darle notoriedad como para que otros fanáticos radicales repitan estos hechos sangrientos.

De quienes sí deseo escribir es sobre las decenas de inocentes que murieron aquella noche. Muchos celebraban cumpleaños de amigos, otros solo se habían reunido para pasar un buen momento. Los días siguientes al ataque escuchaba los testimonios de los sobrevivientes. Ellos recordaban a sus seres queridos y hablaban de los sueños que tenían: terminar la universidad, convertirse en actor, viajar por el mundo, planear su matrimonio, y muchas otras cosas más que deseaban realizar. Pero todo terminó aquella terrible noche en el Club Pulse de Orlando.

La mayoría de los fallecidos eran latinos, y por algunos días estuve preguntándome si habría algún ecuatoriano entre ellos. En los medios del país no vi nada sobre el tema, pero encontré una nota del diario nicaragüense La Prensa. En ella ponían especial atención a una de las víctimas, que era “hijo de la nicaragüense Maria Jose Wright y del ecuatoriano Frederick Wright”, residentes en Miami. El joven tenía 31 años y se llamaba Jerald Arthur Wright. Jerald trabajaba en Walt Disney World. Un amigo lo describió como “un gran tipo con el que daba gusto trabajar. Él siempre estaba tranquilo, siempre tenía una sonrisa en su rostro”.

Ni Jerald, ni ninguna de las otras 48 víctimas merecían morir. Todos somos seres humanos con derecho a vivir, cada quien elige cómo hacerlo y nadie debe juzgarnos por eso. Mucho peor decidir si alguien vive o muere “por no ser como los demás”. Lo que más me indigna es cómo estos cobardes basan sus odios en motivos religiosos o en consignas dictadas por una sociedad hipócrita. ¿Cuándo entenderemos que el amor no pertenece solo a un grupo específico de personas, ni a un solo color de piel, ni a un solo lenguaje, ni a un solo lugar demográfico, ni a una sola religión, ni a una sola orientación sexual?

Al día siguiente de lo sucedido en Orlando se realizó en la ciudad de Nueva York la entrega de los Premios Tony, a la excelencia en teatro. La obra musical Hamilton, creada por Lin Manuel Miranda, obtuvo once galardones. El reconocido actor, rapero, compositor y escritor dijo en su agradecimiento lo que considero es el mejor mensaje que en esta ocasión puedo compartir con ustedes. Aquí parte de su discurso, por favor, llévenlo siempre en su pensamiento: “Amor es amor, es amor, es amor, es amor, es amor, es amor, es amor, no se lo puede matar o hacerlo a un lado… ahora vayan y llenen el mundo de música, amor y orgullo de quienes son”. (O)