El Gobierno hizo una notable jugada político electoral hace unos días, cuando mostró juntos y sonrientes a Lenin Moreno y Jorge Glas. Moreno vino al país desde su estancia dorada en Suiza, fue mostrado por Rafael Correa en la ceremonia de cambio de guardia, se paseó luego con Glas por las zonas damnificadas donde entregó casas, y finalmente asistió como invitado especial a la presentación del informe a la nación del presidente en el Congreso Nacional. Excelente maniobra de Alianza PAIS para mostrar a su cúpula unida, sin fisuras, dispuesta a resolver el difícil relevo del caudillo sin mayores sobresaltos y guardándole la mayor fidelidad y lealtad.
Finalmente, podríamos decir, las presiones de Correa y del establishment de Alianza PAIS sobre Moreno, para que aceptara a Glas como su candidato a la Vicepresidencia, funcionaron. De lo que se conocía, Moreno no veía con agrado a Glas como su compañero de fórmula. Asumo que las dudas nacían de la mala imagen que tiene el vicepresidente –sobre todo en Quito– y de la poca transparencia que se atribuye a su gestión. Sin embargo, para Correa la presencia de Glas en el próximo Gobierno constituye garantía de una cierta continuidad, le asegurará las espaldas a él y a toda la privilegiada élite que nos ha gobernado diez años, y evitará una transición abrupta hacia el inevitable y necesario poscorreísmo.
No resulta fácil adivinar qué representa Moreno. Lo que sabemos hoy, por ser el ungido, por haber recibido el óleo santo, es que será leal a Correa y Alianza PAIS. Moreno, como todo político, es ambicioso y calculador, sabía que en esta coyuntura de transición sin la bendición del caudillo su candidatura se venía cuesta arriba. Pero Moreno representa la posibilidad de una reconciliación de muchos sectores de Alianza PAIS (pienso, por ejemplo, en Augusto Barrera, Fander Falconí o el mismo Gustavo Larrea e incluso Alberto Acosta) que salieron del movimiento, viven una suerte de exilio interno o han sido abiertamente excluidos y marginados. Para todos ellos, Moreno expresa la posibilidad de rehacer un marco de alianzas que fortalezca, apuntale y refresque Alianza PAIS de la estructura carismática de liderazgo que se impuso con Correa. El propio exvicepresidente, en una carta a la militancia de AP hace unos meses, planteaba la necesidad de reforzar esa línea y propiciar acercamientos con los movimientos sociales y la sociedad civil. Moreno juega esa reconstitución de las alianzas originales de AP para no perder la identidad progresista del movimiento en la escena política. Pero esa reconstitución de alianzas y simpatías sociales implicará limpiar al movimiento de muchas de las herencias y de la imagen autoritaria del correísmo.
Pero no sabemos qué representa en términos de propuestas de gobierno. La transición hacia un poscorreísmo se inició en medio de una lenta agonía de la revolución ciudadana marcada por el agotamiento del modelo económico, la caída del Estado y el vacío que dejará, de todos modos, la ida del caudillo. Moreno tendrá que hacerse cargo del gran vacío programático, ideológico y de liderazgo que deja el correísmo en este turbulento fin de ciclo. Y tendrá que hacerlo con la mirada atenta y vigilante de Jorge Glas. (O)