Siempre es útil recurrir a la experiencia. El 5 de agosto de 1949, un terremoto destruyó Pelileo, Patate y Píllaro, en Tungurahua, y Guano, en Chimborazo; Ambato fue en gran parte destruida y de las edificaciones que quedaron en pie, el 75% tuvieron que ser demolidas. Las víctimas mortales pasaron de cinco mil. El presidente Galo Plaza dirigió personalmente las labores de rescate, y enseguida dijo que el tiempo del llanto ha pasado, vamos a trabajar. Dispuso la creación de la Junta de Reconstrucción del Tungurahua que, con poderes y recursos exclusivos para su propósito, acometió la titánica labor. El entonces joven arquitecto Sixto Durán-Ballén fue la cabeza ejecutiva. El valor de los pueblos fue admirable: la ciudad de Ambato, a los pocos años, volvió a ser ejemplo de orden, trabajo, progreso; así los otros pueblos; la industria de alfombras de Guano recobró su antigua pujanza. La reconstrucción requiere, siempre, constancia, continuidad y tiempo.

El Gobierno debería inspirarse en lo que ya se vivió y crear una Junta de Reconstrucción de las poblaciones destruidas o afectadas por este espantoso terremoto que tantos males ha causado a nuestros pueblos del Litoral; esa Junta debería canalizar el esfuerzo de todos los elementos de la sociedad; los recursos nacionales e internacionales deberían ser manejados con exclusividad por esta Junta, sin confusión con los del erario nacional. La reconstrucción requiere de obras inmediatas y de obras de mediano y largo plazo, que van más allá de lo transitorio de un gobierno y de lo limitado de sus recursos.

La generosidad de la ciudadanía, su espíritu solidario se está manifestando profusamente y es necesario orientarlos, darles consistencia, continuidad. Esa eventual Junta de Reconstrucción debería incorporar a las entidades que por su organización pueden ser más efectivas en la acción y en la recolección de recursos: la Iglesia, la Cruz Roja, las cámaras de Industrias, Comercio, particularmente la de la Construcción, la banca, etcétera.

Hay que recurrir a los organismos internacionales pues estos cuentan con recursos específicos para estas emergencias. Ya han empezado a demostrar su espíritu de cooperación.

El país está consciente de que las finanzas públicas atraviesan por su peor momento; la penuria fiscal no permite grandes inversiones, muy poca en todo caso, y hay que recurrir al sector privado nacional y a la cooperación internacional. La creación de una Junta de Reconstrucción facilitaría el acopio de recursos. Hace falta un espíritu ecuánime de parte del Gobierno. La actitud demostrada cuando se pidieron recursos internacionales para la no explotación del Yasuní debe ser dejada de lado.

El mundo, en este preciso instante, está conmovido con la tragedia ecuatoriana, pero las gentes tienen mala memoria y hay que actuar de inmediato. La Patria está de luto, pero con un inmenso espíritu de cooperación, de sacrificio, de solidaridad. ¡Marchemos! (O)