“Entender de qué universidad venimos y qué universidad queremos construir” es un objetivo que se propone el libro Reforma y renacimiento: conversaciones docentes sobre la reforma universitaria en Ecuador (Quito, Universidad Andina Simón Bolívar / Fundación Hernán Malo / Corporación Editora Nacional, 2016), un volumen que presenta varios materiales para pensar los retos de la universidad de hoy. Este libro, coordinado por Cristina Cielo, Pablo Ospina y Cristina Vega, recoge discusiones universitarias sobre los pros y contras de los cambios que está experimentando la educación superior con el actual Gobierno.

Estas páginas son muy valiosas porque, aparte de mostrar una diversidad de posturas, incitan a romper el silencio que mantienen muchos sectores universitarios, temerosos de enojar al poder amenazante de este Gobierno. Según Alfonso Espinosa, el control estatal de la vida universitaria pretende “desmontar en gran parte la autonomía universitaria”, pues hasta se han normado procedimientos estrictamente académicos como el currículo, los requisitos de grado, la forma de dedicación de los profesores. “A este descoyuntamiento yo no lo llamaría ni reforma ni revolución –afirma Espinosa–. Es sencillamente una desorganización de la vida universitaria”.

Para los profesores (y algunos estudiantes) que intercambian ideas en este libro, la reforma de la universidad era necesaria, pues en la década de los 90 las universidades ecuatorianas, en su mayoría, perdieron su rumbo. Sin embargo, para Arturo Villavicencio, este nuevo momento considera las universidades no como centros de cultura y generadores del conocimiento, sino como empresas donde los estudiantes son vistos como clientes. Un ejemplo de esto es Yachay, una entidad útil al mercado y funcional a los planes del Gobierno, lo que, según Villavicencio, es neoliberalismo en la educación superior.

Diego Carrión y Jacqueline Ortiz, que discuten sobre la investigación, las empresas y el Estado, señalan las trabas burocráticas que ralentizan cualquier iniciativa institucional debido a los “mil y un informes” que deben prepararse. Carrión señala que la llamada meritocracia es un mecanismo para justificar los privilegios de las capas medias en el Estado. Al caracterizar a las cuatro universidades gubernamentales –Yachay, Universidad de las Artes, Universidad Nacional de Educación y Universidad Regional Amazónica Ikiam–, que privilegian modelos desconectados a nuestra realidad, Ileana Almeida dice que le recuerdan al Instituto Lingüístico de Verano.

José Antonio Figueroa cree que, con la promulgación de la Ley Orgánica de Educación Superior, se articuló la universidad de manera pertinente con las necesidades del país. Este libro se completa con intervenciones de Catalina León G. y Joaquín Hernández sobre las humanidades en las universidades públicas y privadas; y de Ana María Goetschel y Pablo Minda sobre las exclusiones e inclusiones en el nuevo modelo de educación superior. Una cronología ayuda a comprender los hitos universitarios desde 1800 hasta el presente. Como pasa con el país, que tiene carreteras en muy buen estado pero que está amenazado por el autoritarismo, en educación superior ha habido avances pero enmarcados en el afán de domesticar la voz y la acción de los universitarios.(O)