Preparaba, como ofrecí, un artículo sobre el inca Garcilaso de la Vega, con motivo del cuadringentésimo aniversario de su muerte, cuando me enteré de la bestialidad de los atentados islamistas en Bruselas. Enfrentaba un dilema, comentar la sangrienta actualidad o refugiarme turriseburneamente en textos cuatricentenarios. Pero el saber que un ecuatoriano ha sido herido en los bárbaros bombazos, oír a otro su testimonio de los imperdonables hechos y una nueva reflexión sobre el sentido de leer a Garcilaso en estos tiempos, me demuestran que no hay tal dilema. Hablaré de lo mismo: la presencia de América Hispana en Occidente, que era justamente el enfoque que había esbozado.
De sangre real por su madre inca, noble por su padre español, el cuzqueño Garcilaso tenía al morir setenta y siete años. Su retrato nos lo muestra como un señor mestizo que hoy no llamaría la atención en cualquier ciudad de nuestro continente. Su lengua madre fue el quechua, pero en su juventud ya hablaba, leía y escribía en perfecto castellano, haciendo honor a su tronco familiar paterno del que salieron algunas de las grandes plumas españolas. Tenía veintiún años cuando se transformó en migrante y viajó a España, donde esperaba obtener favores por los servicios prestados por su padre a la corona, pero no hubo tal.
Entre sus ocupaciones estuvo combatir a los árabes residentes en Europa, moriscos se les llamaba entonces. Prosperó como criador de caballos y aprendió latín e italiano, estrenándose en el mundo de las letras con una traducción de esta lengua. Estaba pues perfectamente integrado en Europa, como después lo harían Darío, Carpentier o Vargas Llosa, es decir, era un occidental.
Su obra capital fueron los Comentarios reales, una historia general del Perú como bien se titula el segundo volumen. Pero es mucho más, contiene material inapreciable para la antropología, la sociología, la lingüística, el arte y muchas otras disciplinas que se enriquecen con su aporte americano y, en particular, andino. Por cierto que se trata de una visión peruanista de estos temas y, dado lo imbricadas que se hallan las historias de Ecuador y Perú, obviamente toma partido por la que era su nación, más todavía perteneciendo a la casta dominante inca. Por eso sus puntos de vista fueron tomados como consignas para discursos nacionalistas, afortunadamente ya superados... confiemos en que sea así. En todo caso, es claro su propósito de hacer calzar la historia y la estructura de la sociedad andina en moldes europeos. Esto ha dado pie a muchas malinterpretaciones de tales realidades, pero fue un intento exitoso, su país y con él todas las naciones hispanoamericanas se transformaron en estados nacionales estructurados según el modelo no ya europeo, sino occidental. Su actitud es ejemplar, enfrenta al Viejo Continente sin complejos, tomando lo mejor de su cultura, pero realzando su herencia del Nuevo Mundo. De eso se trata, Hispanoamérica debe tomar partido por Occidente, pero afianzándose más en sus propias raíces. Glorioso mestizaje el del inca Garcilaso, que también es el nuestro.(O)