El sinónimo de cansancio no deviene solo de los niveles de hartazgo de los electores sino de los elegidos. Lo que pasó en Bolivia, lo que amenaza en Venezuela son muestras elocuentes de los niveles de fatiga alcanzados por esos gobiernos que han colocado el referéndum como un mecanismo electoral que les dio antes grandes bocanadas de apoyo popular cuando los precios de las materias primas estaban por las nubes. Ahora la realidad les pasa la factura y no hay cómo sostener el discurso de una democracia participativa que empieza a botarlos con los votos.

Son más de 10 años en varios casos en los que la fatiga no solo corroe y desgasta sino que herrumbra al interior de los mismos gobiernos la capacidad de hacer lo que la mayoría de la población anhela. Y es ahí cuando ya no caben los pretextos ni los discursos contra imperios y conspiraciones. El problema está al interior de esos gobiernos cansados de gobernar sin oposición y disfrutando de una comodidad autoritaria que parece darles opción a cualquier cosa. Sin embargo, hay muy pocos casos de gobiernos que hayan podido superar en democracia una década de gobierno sin mostrar con claridad signos de fatiga que amenazan toda su estructura. Evo Morales refleja claras muestras de cansancio cuando no logra conectar con la gente aborigen que lo apoyó, cuestionando de paso hacia los no indígenas cuando varios de aquellos han votado por el No en el referéndum último.

Los pueblos tienen una inteligencia extraña para interpretar a los gobiernos desgastados, cuyas propuestas no logran motivarlos en el corto plazo y menos a 9 años adelante como había propuesto Morales. En Venezuela, claramente una convocatoria a referéndum que preguntara si Maduro debe continuar o no en el poder tiene asegurada una votación mayoritariamente en contra. Además, ¿quién votaría por un gobierno que ha llevado la economía a la catástrofe? Si desde el Gobierno venezolano hay de los que creen que el pueblo come vidrio y que es cuestión de dinero para comprar sus voluntades..., están completamente equivocados y han perdido la capacidad de leer la realidad.

Por eso, gobiernos como los de Cuba no tienen esas “extravagancias democráticas” del referéndum y asumen su condición de dictadura. Los que creen que se puede parecer democrático y no usar sus mecanismos acaban como Cristina Fernández en la Argentina o cercanos a la salida, como la brasileña Dilma o el boliviano Evo Morales. Los signos de fatiga son más que elocuentes. Retórica absurda, realidad desbordada por la carestía, violación sistemática a los derechos humanos, descenso de la calidad de vida, violencia urbana y rural y, por sobre todo, una confrontación abierta entre la realidad y el discurso.

Los países polarizados entre los que no se quieren ir y los que empujan el cambio acrecentarán sus niveles de crispación, pero con claridad habría que puntualizar a los gobiernos que se resisten; es que la fatiga se da no solo entre los mandantes sino al interior de los mandatarios, cuya corrupción es cada vez más difícil de ocultarla y menos de disfrutarla. Es la hora de iniciar la salida, no hay otra opción. (O)

Son más de 10 años en varios casos en los que la fatiga no solo corroe y desgasta sino que herrumbra al interior de los mismos gobiernos la capacidad de hacer lo que la mayoría de la población anhela. Y es ahí cuando ya no caben los pretextos ni los discursos contra imperios y conspiraciones.