En septiembre empezará a funcionar en China el mayor radiotelescopio del mundo, uno de cuyos objetivos es la búsqueda de vida inteligente más allá de la Tierra. Podrá observar un millón de estrellas y los planetas cercanos a ella.
El telescopio FAST está preparado para captar señales de radio emitidas a millones de años luz de la Tierra. Para evitar problemas de interferencia, se desalojó a 9.000 personas en un radio de 5 kilómetros. El Gobierno les entregó una indemnización de 1.800 euros.
Actualmente, el mayor radiotelescopio del mundo está en Arecibo, Puerto Rico, FAST tendrá una sensibilidad dos veces mayor, lo que le permitirá buscar posibles comunicaciones con alienígenas, aunque esto no dependería solo de la potencia de FAST, sino también del poder de transmisión de los extraterrestres. La búsqueda de señales de radio de civilizaciones de más allá de la Tierra se inició en los años sesenta del siglo pasado y ha sido motivo de libros y filmes.
La noticia que reprodujeron los más importantes medios de comunicación de todo el mundo me llevó a reflexionar en las contradicciones de la especie humana. No oímos el canto de los pájaros, el susurro de la brisa, el rugir del viento, las ramas de los árboles que se mecen, los reclamos de la naturaleza, el grito de los pueblos, ni la voz interna de nuestro yo, pero queremos oír a los alienígenas.
No vemos el color de las flores, el vuelo de los pájaros, la fertilidad de la tierra, ni la sequedad de los desiertos, las manos que se abren para pedir o para dar, las señales visibles del hambre, la tristeza del padre sin trabajo, la angustia de la madre en la puerta del hospital, la ternura que emana de los niños, la luz en los rostros que reflejan amor, ni los claroscuros de nuestro interior, pero queremos ver a los alienígenas.
Esa es la paradoja que ha permitido el avance de la ciencia y de la civilización misma. La búsqueda incesante de la especie por descubrir los secretos de la naturaleza, las entrañas mismas del átomo, los caminos del cosmos, aunque no descubramos su belleza, su mensaje, lo evidente, y no busquemos en nuestro interior, como si hubiéramos renunciado a conocernos.
El tema es entonces ¿cómo mantener el interés en la búsqueda y cómo poner lo que se encuentra al servicio del bien colectivo, sin perder la sensibilidad y el don de compartir la aventura de vivir con lo otro y con los otros? Entonces, quizás la naturaleza no tendría reclamos, los gritos de los pueblos se convertirían en cantos, las señales del hambre se tornarían en salud, la tristeza del padre en alegría y la espera de la madre en abrazos. Quizás así nos prepararíamos mejor para cuando llegue el momento de encontrarnos con los habitantes de otros mundos o con lo que realmente somos quienes vivimos en la Tierra. (O)