El presidente Rafael Correa, en la ciudad de Guayaquil, con ocasión del noveno aniversario de la ‘revolución ciudadana’ decía que “…la obra más importante (…) la más duradera, la fundamental, es haber recuperado la esperanza, el orgullo y la autoestima de todo un pueblo”. No obstante, después de nueve densos años de correísmo, la dolorosa realidad que golpea a la mayoría de ecuatorianos contradice la versión del oficialismo, construcción discursiva, sin duda, presuntuosa, que se derrumba como castillo de naipes al menor cuestionamiento.
Así, verbigracia, el estudio realizado por WIN Gallup International, “Global barometer of Hope and Happiness”, determina para el caso de Ecuador que apenas un 26% de la población tiene la expectativa de que el año 2016 sea mejor que el 2015, guarismo que se ubica por debajo de la media latinoamericana situada en el 42% y del promedio mundial que alcanza un 54%. Como vemos, esa supuesta recuperación de la esperanza en la gente no se refleja en los números. Y para corroborar ese escenario caracterizado, más bien por el pesimismo, Cedatos, en su análisis con corte a diciembre 2015, revela que el 60% de personas considera que el país va por mal camino y un 72% cree que la dirección de la economía es incorrecta. De ahí que el mensaje presidencial en cuanto a que “…hemos reemplazado el desaliento por la esperanza…”, hoy, estadísticamente, no tiene sustento.
Y es que cuando la realidad de una sociedad se describe con objetividad y se presenta con nitidez ante la gente, deja al descubierto la presencia, muchas veces, de tan solo espejismos generados por una maquinaria propagandística absorbente que dibuja hábilmente paraísos terrenales, donde la vida transcurre entre la meditación y la ingesta abundante de frutas, lo que se ha dado técnicamente en llamar el Buen Vivir. O también la ilusión se crea y recrea con el anuncio de la ocurrencia de milagros en economía. En ese punto de quiebre, la palabra del líder, del mandatario, en el tiempo, pierde consistencia y, por lo mismo, se devalúa indefectiblemente. A propósito, Cedatos menciona, por ejemplo, que el 58% de la población no le cree al economista Rafael Correa quien, además, tiene un 51% de desaprobación por parte del mandante. En otras palabras, se advierte un deterioro del capital político de AP, cuyos candidatos, ya sin su mentor, para las elecciones del 2017 deberán alcanzar su mayoría de edad y llevar en sus espaldas pesados maderos tallados con el signo de la crisis que ha sido profundizada coincidentemente por los regímenes del socialismo del siglo XXI.
El propio Banco Mundial, dentro de las perspectivas económicas globales 2016, proyecta para el Ecuador un decrecimiento del 2%, lo cual tendrá un impacto negativo en la población, especialmente los pobres con menor capacidad para incidir en el prorrateo de los costes.
Sépase que no basta tener las mejores carreteras de la región o imponentes edificaciones, como la casa de Unasur. La gente, a diferencia de lo que dijo el ‘mashi’ en un tuit, no come cemento. Se nutre de esperanzas, hoy arrebatadas de un tajo por una aventura que se hace llamar revolucionaria. (O)