(W hen I was young, it seemed that life was so wonderful, / A miracle, oh it was beautiful, magical.) Las personas que escucharon Breakfast in America en 1979, y las subsecuentes generaciones que tuvimos la dicha de escuchar esta canción, ¿cómo vemos el mundo? ¿Nos quedamos con ese ilusorio pasado que es cuasiperfecto, y ahora nos contentamos –¿o nos resignamos?– a ser un producto, un engranaje del sistema? ¿En qué momento nos quedamos atascados en las primeras líneas de esta canción? ¿Por qué no acogimos el resto de la letra/denuncia de Roger Hodgson? Esta canción no fue nunca un pañuelo de lágrimas, sino el ritmo de la esperanza de Roger. Y es que esa esperanza se deshiela del corazón, calentada por las brasas de una libertad que busca sin resignarse lo que cree que es lo correcto.
¿Hay que resignarse a que crecer, volverse adulto, es sinónimo de opacidad, de sinsentido? Es verdad que aun soy lo suficientemente joven para ser idóneo para contestar esa pregunta, pero creo en el hombre, en su libertad. Y por ello me niego a creer que la vida –su sentido– muere con la adultez. Lo que sí es verdad es que lamentablemente gran cantidad de la gente que ha fundado nuestra sociedad moderna lo ha hecho sobre el fundamento de ideologías tristes, desesperanzadoras. Por ejemplo, el comunismo o el liberalismo sin valores, que a la larga son lo mismo: lucha o indiferencia. Muchos de nosotros nos hemos sumergido en ese “cocktail” cultural: luego de engañarnos con sabores intensos, nos ha dejado con la amarga soledad del vacío.
(But then they send me away to teach me how to be sensible, / Logical, responsible, practical.) En los últimos años se ha visto un despertar, sosegado sin duda, de la concienciación en la importancia del colegio y de las actividades artísticas. Pero aun hoy laten fuertemente los prejuicios del utilitarismo, del soy-lo-que-estudié y del soy-según-donde-estudié. La crítica del vocalista de Supertramp es precisamente el que se considere que una persona lo es realmente en la medida en que ha “estudiado”. Ahora, ¿por qué comillas? Porque el sistema educativo es cerrado, auténticamente paupérrimo, pues exige únicamente resultados, notas, memoria. No educa personas. Engendra robots: gente eficaz, rápida, pero sin visión. Sobre esto Kant diría que es como la cabeza de madera en la fábula de Fedro, una cabeza que puede ser muy hermosa, pero que no tiene seso. “(…) They send away to teach me how to be sensible”, es decir ¿no aprendimos a ser sensibles en nuestra juventud? O, ¿esa sensibilidad incomoda al sistema que ve números, dólares, resultados? Roger Hodgson critica que el concepto de juventud se haya reducido exclusivamente a no tener preocupaciones y a divertirse; olvidando que en esa etapa se fraguan valores, se aprende a querer desinteresadamente, se forjan amistades eternas. Y aquí descubrimos un primer esbozo de esa intranquilidad posmoderna. El sistema nos extirpó el “seso” que desarrollamos en la juventud, nos quitó las razones para nuestra esperanza, para ser auténticos, y nos dejó con el verdadero nihilismo que es trabajar por lograr comodidad, por prestigio, por halagos. Sensibilidad para el dinero…
Me pregunto, ¿por qué dejamos de lado la importancia de la juventud? Reestructuro, ¿Por qué solo nos quedamos con esa “cabeza hermosa” de la juventud, pero desechamos el “seso”? ¿Por qué solo nos quedamos con los momentos y olvidamos lo que nos enseñaron? ¿Exagerado? Entonces, ¿por qué muchas veces solo nos reímos o ignoramos las afirmaciones de los niños? Quizá simplemente creemos que como son niños obviamente no saben nada de la vida. Pero olvidamos que esos pequeños humanos no tienen prejuicios, no tienen esquemas mentales para separar lo “científico” de lo intuitivo, que ellos tienen una mirada más pura para conocer la realidad.
Con todo este panorama, uno recuerda al Principito diciendo que existe “el mundo de los mayores”. Y cómo no notar la diferencia, pues somos testigos del sistema que mató una rosa para plantar una de plástico. (Now watch what you say or they’ll be calling you a radical, / Liberal, fanatical, criminal.) Como los adultos (disculpen la exagerada generalización; por suerte hay unos “inactuales”, como diría Chesterton, que no entran en esta bolsa) han perdido esa simpleza, esa intuición (recuerden que solo existe lo demostrable y solo se estudia lo práctico) tan necesaria para razonar: se deja de buscar la verdad. Sobre todo porque hace falta esa pizca detectivesca y esa intuición para generar hipótesis; por otro lado, tan juvenil. Y si no hay verdad, o al menos si no se la busca, solo quedan ideologías. Y de ahí seamos cautos. Todo lo que no sea “políticamente correcto” tiene una etiqueta, todo lo que no esté de acuerdo al sentir (o al entender) de la mayoría es encasillado. Hippie es igual a vago, filósofo a loco, honrado a iluso. Otra razón más para la tristeza del hombre moderno: se ha vuelto un espejo. El hombre que se hizo opinión pública. Su vida se volvió un no quedar mal, un no pensar, un no decidir. Si le quitas al hombre su libertad, la que importa realmente, la libertad interior, matas su esperanza, su alegría, su razón de ser.
(At night, when all the world’s asleep, / The questions run so deep / For such a simple man.) Tan inmersos estamos en esa vacía vida cotidiana que algunas veces no notamos que nuestra “escapatoria” de nuestras responsabilidades, de la inmediatez, del trabajo por el trabajo es un nuevo charco de vacío. Televisión, reggaetón, sueño, alcohol: huir, ruido. El “seso” que de por sí ha sido acallado en el estudio de lo puramente pragmático, donde nos han inculcado que pensar es una pérdida de tiempo, ahora terminamos por ahogarlo. Nuestra cultura del confort nos inunda y nos lleva a través de las turbias aguas de los pensamientos de unos pocos o, simplemente, nos repletan de estímulos sensibles. Algunas veces nos volvemos únicamente animales, o más aún (a vegetable!), siguiendo con la canción. Esto me recuerda esa escena tan fuerte que relata Bradbury en Fahrenheit 451, cuando la esposa del protagonista está tirada en el sofá y no sabe si está viva o muerta. Y Roger lo sabe, por ello grita: el silencio algunas veces es la cura. Cuando no hay estímulos, cuando el silencio abre la puerta del corazón y permite ese encuentro con uno mismo: dirían los griegos, se da la catarsis. (But please tell me who I am.)
Luego de todo este auténtico viaje, de esta auténtica supervivencia, querido lector, me permito disculparme. Te pido una última bocanada de aire. (Won’t you please, please tell me what we’ve learned), después de haber escuchado todo este reclamo de Supertramp, ¿nos podremos quedar indiferentes? ¿Podremos seguir viviendo como una hoja que se la lleva el arroyo? ¿Podremos seguir creyendo en esa escisión entre memoria, razón y corazón? (I know it sounds absurd). Pero si no luchamos por ser nosotros mismos; si no ejercemos nuestra libertad realmente, la que nos hace más humanos; si nos negamos a comprender que la vida es como el vino: un poco de dulzor y otro más de acidez; acabaremos gritando solo la última estrofa: (But please tell me who I am). (O)
¿Hay que resignarse a que crecer, volverse adulto, es sinónimo de opacidad, de sinsentido?