En este oficio de escribir periódicamente, uno debe cuidarse de no enrumbarse por el camino estéril de querer convertir lo inmediato e irrelevante en trascendente y sublime. El otro camino estéril que amenaza siempre es el de la repetición temática. ¿Cómo escribir entonces sobre algo que se ha discutido ya desde años atrás, y que sigue sin mayor alteración? Me refiero a las inundaciones ocurridas en Guayaquil, como resultado de las primeras lluvias.
La precariedad y la insuficiencia de los sistemas de aguas lluvias de Guayaquil han sido cuestionadas por muchos, desde hace años. De igual manera, se ha recalcado en varias ocasiones que este problema va mucho más allá de la escala municipal. El crecimiento desorganizado de la urbe y la falta de un plan serio para el dragado del río Guayas nos llevan a avizorar escenarios poco optimistas para el fenómeno de El Niño que comienza.
Por el lado de las autoridades municipales, se sigue manejando la situación con “declaraciones placebo”: que la marea estuvo alta, que es culpa de la gente que bota basura a los drenajes… Nada nuevo, en definitiva. Declaraciones desconectadas con el problema.
Sin embargo, más irritante resulta la actitud de ciertos simpatizantes del Gobierno, quienes durante estos casi 9 años se han limitado a reprochar de manera “pabloviana” las falencias y limitaciones de las autoridades municipales frente a este problema. Guayaquil hubiera podido estar preparada para este temporal, si se hubiese querido hacer algo más que usar al Municipio como un punching ball político. Años atrás, cuando las arcas del Gobierno aún eran prósperas, pudo haberse declarado a Guayaquil en estado de emergencia, para conseguir fondos, recursos y prioridades que permitan construir un nuevo sistema de aguas lluvias, acorde con los volúmenes de desfogue que requiere la ciudad. Pero no. Se optó por mantener esa opción como una oferta de campaña de la Sra. Viviana Bonilla; y no hacer más que alborotar a su enjambre de tuiteros, cada vez que llueve en el Puerto Principal.
Y es cuando uno ve las conductas repetitivas del Municipio y del Gobierno que se da cuenta del verdadero problema: nuestra tendencia como país a vivir en democracia, sin querer ejercerla. Vivimos bombardeados por las mismas declaraciones, que se dan por las mismas circunstancias, por los mismos personajes, que llevan demasiado tiempo en sus cargos públicos.
Guayaquil y el Ecuador no cambiarán si no cumplimos con el ejercicio democrático de renovar el escenario político, en todas sus escalas.
La verdadera esencia de la democracia radica en la alternabilidad del ejercicio del poder. Más allá de cualquier interpretación ideológica, la bondad del sistema democrático radica en saber que las torpezas e irregularidades cometidas por un gobernante serán revisadas por su sucesor, y puestas a consideración de la justicia de ser necesario. Decir cosas como “si no votas por mí, volverán los de antes que te hicieron tanto mal”, es una negación de lo que es la democracia. Mejor es que vuelvan y se vayan a su debido tiempo, que mantener las mismas caras en el poder.
Quizás ya sea tiempo de ver nuevos rostros en el sillón de Olmedo y en el Palacio de Carondelet. (O)