Todos los días, en todas las ciudades, pueblos, caminos, a lo largo y ancho del país y de Latinoamérica, los motociclistas debemos soportar el abuso, la injusticia y la falta de atención al motociclismo por parte de autoridades y la incomprensión de personas (conductores de otros vehículos), la discriminación de nuestros derechos, las fallas en las leyes y reglamentos...
Es injusto que seamos considerados como ciudadanos de segunda categoría en los sitios destinados para los estacionamientos y de circulación, pero nos cobran más o iguales tasas, multas, etcétera. Parecería que somos invisibles por cuanto no se aplican nuestros derechos, excepto cuando hay un accidente de tránsito, siempre nos ven y resultamos ser los únicos culpables antes de investigar y determinar las causas del problema. ¡Basta!
Es el colmo, a la enseñanza del manejo de este vehículo le ponen impedimentos y complican el trabajo a las escuelas de motos que tienen el claro objetivo de difundir la educación vial y hacer más seguro el motociclismo. Estas escuelas microempresas no han podido crecer a pesar de dar un servicio indispensable a la comunidad para que aprenda a manejar correctamente una moto. Los motociclistas en general y los que enseñan motociclismo en escuelas somos gente que nos hemos educado y preparado para usar bien una moto, para nuestros quehaceres, realizar viajes, por deporte... Pero algunas personas piensan que todos los motociclistas son los “dueños” de las vías, no conocen las normas de tránsito. No se puede generalizar y emitir estos criterios sesgados, equivocados y subjetivos que nos discriminan. Las autoridades deberían enfocarse en la prevención, en la educación vial, en hacer reales campañas de concienciación en la población, del uso debido y profesional de las motos. Los motociclistas del Ecuador somos una comunidad social en la que no se piensa; por ejemplo, en Guayaquil se debe luchar contra obstáculos en media calle, como los llamados rompevelocidades, que son un atentado a la vida. ¿Quién diseña y construye estas trampas mal hechas? (O)
Ricardo Rocco Paz,
Quito