Se dice que en Navidad los mayores nos volvemos niños. La niñez es el centro de nuestras atenciones. Cantamos villancicos de letras fáciles que despiertan recuerdos adormecidos. Jugamos con los niños, gozamos con sus sonrisas, nos contagiamos con su felicidad. La Pasión de Cristo nos vuelve reflexivos, adustos y serios, en la Semana Santa. La Navidad, con su entorno de luces y alegría, es una invitación perenne al saludo, al abrazo fraterno, a la visita a parientes y amigos, al regalo sincero, al afectuoso apretón de manos, en fin, a tantas señales y formas espontáneas que son el vehículo para exteriorizar nuestros sentimientos. Navidad es el encuentro con ese mundo añorado que no pudimos detenerlo, que se nos fue de las manos.
-Necesitamos que la Navidad nos devuelva la sencillez del hogar de Nazaret, el respeto a los pobres, el combate permanente a la pobreza; el amor solidario a los seres humanos, sin prelaciones ni canonjías, solamente por el hecho de ser humanos.
-Necesitamos que esta Navidad alimente nuestra fe en ese Dios de todos los credos y religiones; que nutra nuestro compromiso de acercarnos a los valores evangélicos mediante una práctica que testimonie nuestra pertenencia a una iglesia viva y comprometida con el progreso de la sociedad.
-Necesitamos que la Navidad nos recuerde que el mundo fue creado y entregado al hombre para dominarlo, dirigirlo, encaminarlo al bienestar de la humanidad. Meritorio y oportuno que en este mes se haya concretado, en Francia, un acuerdo sensato para detener el calentamiento global del planeta. ‘Creced y multiplicaos y dominad la tierra’, es un mandato divino, de permanente obligación.
-Necesitamos que esta Navidad nos recuerde que fue un punto de quiebre en la historia; fue la presencia de Dios, convertido en hombre, sujeto a las vicisitudes de todo ser humano, menos en el pecado. Ese hombre, todopoderoso siendo Dios, pudo habernos adoctrinado con energía y sabiduría para seguir sus enseñanzas; pudo haber terminado con todos los ejércitos en luchas permanentes por conquistar tierras y hacer esclavos; pudo haber convertido las rocas en oro y habernos regalado mundos de ensueño, con su solo querer, pero no lo hizo.
-El Todopoderoso en sus treinta y tres años terrenos pudo haber dejado un mundo en paz, saneada la justicia en cada rincón, entregadas las leyes para asegurar la vigencia de la verdad. Pero no lo hizo y nos dejó así como nos creó: con la capacidad de volar y de arrastrarnos por el fango; con la fuerza del león y la fragilidad de un gorrión; con la posibilidad de creer hasta en lo imposible y también de dudar de las cosas más evidentes.
-El Mesías jamás forjó un reino terreno. No impuso su voluntad. Jesús fue el viajero que en cada rincón de los muchos que visitó sembró esperanza, habló de amor y de las virtudes que deben adornar a un ser humano dispuesto a crecer. Nos invito a pensar, a entender nuestra libertad. Pudo domesticarnos. No lo hizo. Seguimos siendo libres porque Él así lo quiso.
Felicidades en estas fiestas, amigas y amigos. (O)