Como corresponde al caudillismo en su máxima expresión, bastó una decisión personal del líder para que se altere totalmente el panorama político nacional. Después de un año completo dedicado a convencernos de los beneficios de su re-reelección, un buen día se dio cuenta de que había llegado el momento de dar paso a otras personas. Sin más trámite, ordenó que se incluyera una disposición transitoria para que la reforma no se aplicara en la próxima elección presidencial y de asambleístas. Como no puede ser de otra manera, la orden fue acatada de inmediato, incluso por los que hasta media hora antes defendían su propio derecho a presentarse nuevamente y el derecho del pueblo a escogerlos. Al mismo tiempo, para sembrar dudas en propios y ajenos (más en los primeros que en los segundos) y para que quede claro quién es el gran elector, fue presentando los nombres de quienes podrían sustituirle en la Presidencia.

La mayor parte de esos nombres correspondía, como si buscara alimentar vanidades y lealtades, a quienes estaban presentes en el lugar donde hablaba. La notable excepción fue el exvicepresidente Lenin Moreno que, como se sabe, devenga recursos del presupuesto ecuatoriano en la nada barata ciudad suiza de Ginebra. La mención de su nombre no fue casual. Se debió a los resultados de las encuestas y a las tensiones internas de AP. Es innegable que, aunque presenta una reducción significativa respecto de los primeros meses de este año, los sondeos de intención de voto le dan niveles más altos que los del líder. Pero no es tan claro que sea el único capaz de aglutinar medianamente a todas las facciones de esa mezcolanza que es AP. No solo porque el liderazgo es intransferible, sino porque Moreno despierta tanta desconfianza entre los propios como alienta simpatía en los ajenos. Que su candidatura sea disputada por grupos externos a AP es factor suficiente para cubrirla de sospechas. No hay que olvidar que allí rige la lógica de la fortaleza sitiada, en la que el menor guiño al oponente-enemigo significa capitulación.

Pero el debate sobre la posible candidatura alternativa a Correa es solo uno –y no el más importante– de los temas abiertos con la decisión del líder, y no tendrá solución sino después de mucho tiempo. Primero será necesario que la Corte Constitucional se pronuncie sobre los cambios introducidos en el texto de las reformas y sobre la transitoria. Recién allí se podrá saber si está negada su candidatura. Hay muchas dudas al respecto. Es posible que todo no sea sino una trampa muy bien pensada para desorientar a los opositores. La estrategia sería magistral, ya que obligaría a que estos sectores defiendan, en nombre del respeto al procedimiento constitucional, los textos originales. Es más, ya han comenzado a hacerlo, con lo que implícitamente reconocen la validez y la constitucionalidad de la modalidad establecida para las reformas. Los expertos en teoría de juegos pueden tomarlo como un excelente caso de estudio. En lenguaje criollo, sin rodeos, simplemente se lo llamaría trampa. (O)