El domingo pasado paseaba por un pueblo playero de las costas del estado Miranda, gobernado por Henrique Capriles, cuando me abordó una mujer menuda y encorvada. Comía un trozo de pan con jamón y pedía 150 bolívares (poco más de 5 dólares a la tasa paralela) para comprar una gaseosa.

Se aproximó cabizbaja y con un hilito de voz que le ayudaba a mitigar la vergüenza dijo: “Disculpe que le ponga cifra, lo que pasa es que con menos de eso no me tomo ni un vaso de agua podrida”. La ocurrencia desencadenó una conversación que duró un cuarto de hora y concluyó con su pronóstico electoral: “Mire, mija, yo le digo una cosa, los chavistas van a perder la Asamblea porque nos están matando de hambre. En este pueblo nunca había faltado la comida y ahora usted va a cualquier mercado y no hay nada”. Estábamos apenas a 111 kilómetros de Caracas, a hora y media por tierra de la capital del país con las mayores reservas petroleras del mundo.

Mientras las encuestadoras independientes le dan entre 14 y 31 puntos de ventaja a la oposición y las afines al Gobierno le atribuyen 40% al chavismo, a menos de un mes de las parlamentarias del 6 de diciembre cada venezolano hace su propia apuesta bajo un denominador común: la escasez y la inflación son insostenibles.

Un empresario me comentó que ve indicios ciertos de que el Gobierno venezolano flexibilizará los controles económicos a partir de enero, y que con un Parlamento dominado por la oposición no les quedará más remedio que convocar al sector privado para reactivar la producción y mitigar la escasez.

Un auditor electoral me explicó por qué es técnicamente imposible traficar votos dentro del sistema automatizado, pero advirtió que el riesgo radica en el ventajismo con el que opera el chavismo más allá de las máquinas, el mismo reproche que le hizo Luis Almagro desde la Organización de Estados Americanos a la presidenta del poder electoral venezolano, Tibisay Lucena, respaldado simbólicamente por la izquierda progresista y honrada que encarna su compatriota Felipe Mujica.

El estrato clave del electorado venezolano en este momento es el de los independientes, en su mayoría chavistas decepcionados con la gestión de Maduro pero negados a ponerse en las manos de la oposición, o indiferentes a sus principales luchas como la condena a casi 14 años de prisión contra Leopoldo López o las críticas de organizaciones y líderes internacionales a la calidad de la democracia venezolana.

A pesar de que por primera vez en 16 años los vientos soplan a favor de la disidencia, López obliga a la Mesa de la Unidad Democrática a jugar posición adelantada al anunciar que acordaron en julio activar los mecanismos que tengan a su alcance –enmienda constitucional, referéndum revocatorio, renuncia del presidente o una constituyente– para forzar la salida de Maduro de Miraflores en el primer semestre de 2016 si “bloquea” las soluciones a la crisis económica y social que intenten impulsar en el Parlamento.

De ser mayoría en la Asamblea Nacional, la oposición tendrá la oportunidad inédita de someter a Maduro y a su gabinete a una rendición de cuentas que puede ser transmitida por el canal televisivo del Parlamento, y que permitirá identificar a los responsables de la monstruosa corrupción que ha desangrado las arcas del Estado. Podrán plantear ante el país una hoja de ruta para abordar la crisis, y presionar al Ejecutivo y al alto estamento militar para convocar un diálogo que destrabe el nudo político de los controles que limitan la actividad económica, aunque ello implique desmantelar sus dogmas ideológicos.

Aunque todo dependerá del resultado de las elecciones –no solo cuántas curules se lleva cada bloque, sino cuántos votos obtienen a nivel nacional–, la oposición puede caer en la tentación de desatar una vorágine de inestabilidad política si se empeña en forzar la salida imprudente y estrepitosa de Maduro. El anuncio de López evidencia que no ha calibrado el daño que le ocasionó al país, a la oposición y a su propio partido, su estrategia de 2014 de propiciar atajos violentos.

Muchos apuestan a que la dirigencia chavista se radicalizará si pierde la mayoría en el Parlamento. Pero después de haber vendido deuda y oro, haber retirado buena parte de los activos del Estado venezolano del Fondo Monetario Internacional, y haber pedido prestado a los chinos, ha llegado la hora de que el pragmatismo se imponga. Por la sobrevivencia de todos. (O)

...concluyó con su pronóstico electoral: “Mire, mija, yo le digo una cosa, los chavistas van a perder la Asamblea porque nos están matando de hambre. En este pueblo nunca había faltado la comida y ahora usted va a cualquier mercado y no hay nada”.