En América Latina, un fenómeno dramático fue el de los desaparecidos durante la década del setenta, debido a la represión de dictaduras militares en el Cono Sur y América Central, sobre todo, ejercida contra ciudadanos considerados enemigos. Pero no se trata de un problema superado: el drama de los desaparecidos ha adquirido nuevos rostros, pues ya no son necesariamente los aparatos estatales los que hacen desaparecer, sino que puede tratarse de organizaciones mafiosas internacionales, ejércitos irregulares, los propios aparatos policiales o militares. En México, más de cuarenta estudiantes de una escuela rural normalista se borraron de la faz de la Tierra por acción de criminales y es poco lo que han dicho las más altas autoridades. Las mujeres son otros sujetos a los que se hace desaparecer. Se habla de tráfico de órganos y trata de mujeres.
En nuestro país, Asfadec, Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas, creada con el fin de denunciar a la sociedad los cientos de casos de desapariciones forzadas producidas anualmente en nuestro país, no ha cejado en esfuerzos para que aparezcan sus desaparecidos. Tal como nos lo recuerdan, una persona desaparecida ha sido privada de su libertad, apartada de la protección de la ley y cuyo paradero se desconoce: un crimen de lesa humanidad.
Uno de los casos más conocidos es el del joven David Romo, rodeado de un aura de virtual negligencia de los responsables de dilucidar lo acontecido, o el de Telmo Pacheco, pero existen también abuelas, hombres de toda condición, mujeres jóvenes, a quienes nunca más se ha vuelto a ver. Solo en el mes de agosto se reportaron diez desapariciones forzadas, cuatro de ellas sin ninguna resolución. Espeluzna comprobar que los cuerpos de tres de estos diez casos reportados fueron encontrados después, abandonados, lo que da cuenta de la vulnerabilidad e indefensión en el Ecuador.
Algunos voceros de Asfadec si bien reconocen la creación de un organismo de investigación de casos de desaparición, se refieren a la inexistencia de protocolos especializados, al poco personal asignado, al casi nulo apoyo psicológico, legal y financiero recibido: varios han debido perder sus empleos porque dedican la vida a buscar a sus amados fantasmas, y se enfrentan a funcionarios que se molestan porque las víctimas piden celeridad y eficiencia. De hecho, se ha denunciado la represión que sufrieron los miembros de Asfadec y amigos de esta organización en la reciente marcha a la Plaza Grande (7.9.2015) para pedir, como cada miércoles, que les devuelvan a los suyos.
¿Qué puede ser peor que un hijo, un padre, un hermano, una madre desaparecidos? Hay que leer la página electrónica de Asfadec para ver los esfuerzos de lucidez que sus miembros realizan para exigir sus derechos y pedir justicia. Se habla, por ejemplo, de la excesiva rotación de fiscales encargados de los casos, de irracionalidad y trabajos múltiples.
Se deberían tener señalases claras de que los entes respectivos están tomando en serio la tragedia de los desaparecidos. Esas personas, cuyos rostros no se desvanecen, son parte de nuestra familia. (O)