Nos gusta hacer alarde de Estados Unidos como la “tierra de las oportunidades” e, históricamente, hay verdad en eso.
“Nunca hemos sido una nación de los que tienen y los que no tienen”, declaró alguna vez el senador Marco Rubio. “Somos una nación de los que tienen y los que pronto tendrán, de personas que han tenido éxito y de personas que lo tendrán”.
Esa es una aspiración agradable, la visión que trajo al padre de Rubio a Estados Unidos –y a mi padre, también–. No obstante, temo que para el 2015 nos hemos convertido en la sociedad socialmente rígida de las que huyeron nuestros ancestros, hemos replicado las barreras y las brechas entre clases que a ellos los sacaron. Eso es lo que deberían estar debatiendo los candidatos presidenciales.
Los investigadores han encontrado en repetidas ocasiones que en Estados Unidos, ahora hay menos movilidad económica que en Canadá o en gran parte de Europa. Un niño que nace en el primer quintil de ingresos en Estados Unidos solo tiene cuatro por ciento de oportunidades de ascender al último quintil, según un estudio de Pew. En otra investigación distinta (algo obsoleta), se encontró que, en Gran Bretaña, un niño así tiene alrededor de 12 por ciento de probabilidades. Según “la elasticidad intergeneracional del ingreso”, otra medición, la movilidad social es dos veces mayor para Canadá que para Estados Unidos.
Alan Krueger, un economista de Princeton, ha notado que en Estados Unidos, los ingresos de los padres se correlacionan a los de sus hijos adultos más o menos como lo hacen las estaturas. “La probabilidad de que una persona que nació en una familia en el 10 por ciento inferior de la distribución del ingreso llegue al 10 por ciento superior cuando sea adulto es aproximadamente la misma que la probabilidad de que el padre que mide cinco pies y seis pulgadas de estatura tenga un hijo que crezca seis pies con una pulgada”, observó Krueger en un discurso. “Sucede, pero no a menudo”.
He estado reflexionando sobre esto debido a un amigo en mi pueblo natal, Yamhill, Oregón. Rick Goff era listo, talentoso y muy trabajador, pero enfrentó una lucha cuesta arriba desde el nacimiento. Escribí sobre él el año pasado como un ejemplo del aforismo de que “el talento es universal, pero la oportunidad no lo es”.
Y ahora Rick está muerto. Murió de una enfermedad del corazón el mes pasado en su casa, en Yamhill, a la edad de 65 años.
Lo visité el día antes de que muriera, dolorido y batallando para caminar, y sigo pensando en sus prodigiosos talentos, de los que nunca hizo uso total porque, en Estados Unidos, es demasiado frecuente que el mejor indicador de en dónde vamos a terminar es donde empezamos.
Rick, quien pensaba que era una octava parte indígena estadounidense, prácticamente se formó él solo, junto con su hermano y dos hermanas. Su mamá murió cuando él tenía cinco años y su papá –“un borracho profesional”, me dijo alguna vez Rick– abandonó a la familia. Una abuela presidía, y los niños cazaban y pescaban para que hubiera comida en la mesa.
La escuela pudo haber sido un medio para ascender a una mejor vida, ya que Rick tenía una mente increíble, pero cuando era niño padeció de trastorno de déficit de atención, que no le diagnosticaron, y los maestros lo dieron por perdido. En octavo grado, el director castigó a Rick por no ir a la escuela, suspendiéndolo seis meses. Rick estaba emocionado. Para el décimo grado, había desertado para siempre.
Rick trabajó en madereras y talleres mecánicos; luego, se convirtió en un talentoso pintor de coches a pedido. Después de que se aplastó la mano en un accidente, sobrevivió con pensión por discapacidad y trabajillos esporádicos. Su teléfono funcionaba cuando tenía dinero suficiente para pagar el recibo.
Se casó dos veces y se divorció dos veces, crió hijos como padre soltero y fue un amigo leal con todos a su alrededor. Hace unos años, Rick se estaba recuperando después de una enfermedad grave y dependía de una medicina crucial. Después, abruptamente, se debilitó y hubo que hospitalizarlo.
Resultó que la grúa se había llevado el coche de su exesposa y tenía que pagar para recuperarlo. Así es que Rick le había dado 600 dólares y dejado de tomar la medicina.
Y, sí, fue para su exesposa.
El año pasado, escribí una serie titulada Cuando los blancos simplemente no entienden, sobre las brechas raciales (¡la reacción no fue del todo entusiasta!). También creo que a muchos estadounidenses exitosos “no les toca” el golfo del ingreso.
Sean Reardon, de la Universidad de Stanford, ha calculado que la brecha racial en las calificaciones de los estudiantes en los exámenes se ha reducido, pero se ha ensanchado la de las clases sociales. Hace medio siglo, la brecha entre las calificaciones de blancos y negros en los exámenes era 50 por ciento mayor que la que había entre el 10 por ciento más rico y el 10 por ciento más pobre. Ahora es al revés, y la brecha clasista es casi del doble de la racial.
Hay que considerar que 77 por ciento de los adultos en el 25 por ciento superior de los ingresos saca un título de licenciatura a los 24 años. Solo nueve por ciento de quienes están en el 25 por ciento inferior lo hace.
No obstante, como nota Tim Wase en un libro próximo a salir a la venta, Under the Affluence (Bajo la afluencia), existe “un discurso cada vez más injurioso de crueldad” hacia quienes están hasta abajo.
El músico Ted Nugent sugirió alguna vez que “los tomadores” de la sociedad son “amigos con privilegios” y “cerdos codiciosos y sin alma”. El autor conservador Neal Boortz comparó a los pobres con los hongos en los dedos de los pies.
Seguro, los privilegios son un tema legítimo para el debate. Sin embargo, si a uno le inquietan las comidas subsidiadas con dinero público, ¿qué hay de los 12.000 millones de dólares en subsidios fiscales al año para las comidas corporativas y el entretenimiento? Y, si realmente se quiere ver una verdadera estafa, ¿qué tal esos multimillonarios que hablan de las enormes deducciones de impuestos por donar obras de arte a sus propios museos sin fines de lucro que ni siquiera están abiertos para los transeúntes que van pasando?
He oído que gente dice cosas como estas: crecí pobre, pero trabajé duro y tuve éxito. Si otras personas trataran, también podrían hacerlo. ¡Bravo! Seguro, hay personas extraordinarias que han superado obstáculos alucinantes. Sin embargo, son como los centros de la NBA que tienen padres de baja estatura.
Hay que recordar que las desventajas se tratan menos del ingreso que del entorno. La mejor forma de medir la pobreza en la infancia no es monetaria, sino, más bien, de qué tanto se le lee a un niño o se lo abraza. O, a la inversa, con cuánta frecuencia se golpea a un niño, qué tanto se desciende a las peleas a golpes, motivadas por el alcohol, en un hogar, si hay envenenamiento por plomo, si no se atienden las infecciones en los oídos. Esa es una pobreza de la que es mucho más difícil escapar.
Algunos creen que el éxito se trata de “decisiones” y “responsabilidad personal”. Sí, eso es real, pero es muchísimo más complicado que eso.
“Los chicos ricos toman muchas malas decisiones”, nota Reardon. “Solo que no conllevan el mismo tipo de consecuencias”.
Rick reconoció que había tomado malas decisiones. Bebió, ingirió drogas y lo aprehendieron unas 30 veces. Sin embargo, también encontró la fortaleza para dejar el alcohol cuando se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en su padre. Ante todo, lo que distinguió a Rick no fueron las malas decisiones, sino la inteligencia, el trabajo duro y la falta de oportunidades.
Así es que solo hagamos a un lado el darwinismo social. El éxito no es una señal de virtud. Mayormente, es un signo de que a tus abuelos les fue bien.
Entre tanto, más niños en Estados Unidos viven en pobreza ahora (22 por ciento en el último conteo) que al inicio de la crisis financiera del 2008 (18 por ciento). Crecen no en “la tierra de las oportunidades”, sino en el tipo de jerarquías socialmente rígidas de las que huyeron nuestros ancestros, el tipo de sociedad en la que el resultado de una persona está determinado por el inicio.
Ahora, eso es lo que deberían estar discutiendo los candidatos presidenciales.
© 2015 New York Times
News Service. (O)