Es interesante lo que ocurrió con la visita papal a la región. En el lapso de pocos días, creyentes y no creyentes, sociedad civil y gobiernos, amén de todo un arcoíris de movimientos políticos y sociales, tomaron la posta de las palabras de Francisco para hacer una interpretación que adecuaba muy bien las expresiones del papa a cualquiera sea la causa. Esa efervescencia emergió en todos los interesados pese a que muchas de esas visiones eran radicalmente distintas de las otras. No había postura que no se haya sentido beneficiada de la bendición papal, en una suerte de arranque regional de adecuaciones ad hoc del mensaje de Francisco que hubiera deleitado a Dilthey, padre del interpretativismo.
Empero, lo concreto es que el papa entregó de vuelta a la región un mensaje que ha ido elaborando en su pontificado desde su propia experiencia como obispo latinoamericano. En sus palabras se mezcla un acumulado de experiencias regionales con el claro norte de la justicia social. Como Mario Bergoglio, Francisco supo lo que significaron las dictaduras en la región, el abrazo ciego a las políticas neoliberales, las crisis recurrentes y sus efectos sobre los más pobres, los espacios que esas crisis dejaron para los advenedizos y aquellos que han jugado a convertirse en nuevos mesías. En esa lectura interior y en las expresiones papales yacen latentes la necesidad de acoger a los excluidos –que no es otra cosa que el primer llamado de los Evangelios–, así como el tender puentes inclusivos para que en nuestras sociedades se debatan los temas que nos conciernen, sin imposiciones.
Dice mucho de su experiencia personal y las reflexiones que ha querido estimular durante su papado, el que la primera encíclica de Francisco (Laudato si) gire en torno a la necesidad de cuidar y preservar el medioambiente. No solo constituye un emplazamiento ético y valórico. Es, sobre todo, un potente llamado de atención a las conciencias católicas y no católicas sobre el desafío crucial de defender al patrimonio común de la humanidad, presente y futura, de los embates de un sistema productivo altamente depredador. Además, ha sido uno de los procesos regionales más potentes de la última década, común para todos los países con independencia de la vereda política de sus gobiernos.
Autores como Edgardo Lender o Eduardo Gudynas denominan a este proceso de neoextractivismo para enfatizar la mayor dependencia latinoamericana de la producción de bienes primarios, en un proceso regional que empezó en la primera década del siglo XXI. Como señala Lender en su estudio sobre el neoextractivismo y sus contradicciones, durante el periodo del boom de los commodities la exportación de productos primarios como porcentaje del valor total de las exportaciones en América Latina pasó de 40% a 60% entre 2002 y 2011. Ese porcentaje en países como Ecuador, Bolivia y Paraguay supera el 90% de las exportaciones. América Latina se ha beneficiado de la mayor demanda por bienes primarios, lo que provocó un aumento de la producción de estos, al punto de hacernos aún más dependientes en un periodo muy corto de tiempo.
Tal como varios estudios lo muestran, discursivamente se genera una especie de separación entre neoextractivismo “bueno”, que buscaría distribuir las rentas de la producción de bienes primarios y que muchos califican de neoextractivismo progresista o neodesarrollismo extractivista, del “malo” que simplemente reconoce que esa renta debe devolvérsele al capital. Esta sería una división de destinos de los flujos de ingreso que no se hace cargo del factor común: la forma como se explotan los recursos naturales. Los neoextractivistas progresistas apelan a un “sistema técnico de procesamiento de la naturaleza”, que no es otra cosa que la misma forma secular de producción y explotación de recursos naturales, que ahora lleva el ropaje posmodernista de los estudios de impacto ambiental. Pero lo que está detrás es esa dinámica perversa que genera mayor dependencia de los productos primarios. En un periodo de descenso de sus precios, esta dependencia se agrava perversamente porque se requiere mantener los ingresos aumentando la producción con nuevos yacimientos o áreas de cultivo.
Como cardenal en su natal Argentina, Francisco fue testigo privilegiado de estos problemas. Amén del boom de la soja y las discusiones sobre impuestos y las rentas extraordinarias que generó el aumento del precio del grano, lo que observó fue una reducción de otras producciones para aumentar las de soja, la expansión de los transgénicos y problemas con el agua. Ni hablar de la fase expansiva de la producción minera en Argentina, que ha provocado muchos problemas con las comunidades locales; o el debate sobre la producción petrolera y de gas. “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilo de vida, de producción y de consumo” dice Francisco en Laudato si. Esa mirada no da para interpretaciones sino para una acción que responda en consecuencia.(O)
En esa lectura interior y en las expresiones papales yacen latentes la necesidad de acoger a los excluidos –que no es otra cosa que el primer llamado de los Evangelios–, así como el tender puentes inclusivos para que en nuestras sociedades se debatan los temas que nos conciernen, sin imposiciones.