Felipe González es más poderoso que el papa Francisco, al menos en Venezuela. Logró sacar a Nicolás Maduro del reposo que le recetaron los médicos por una otitis, y que le impidió viajar para reunirse con Jorge Mario Bergoglio el domingo pasado y conversar sobre la huelga de hambre que emprendieron los presos políticos en mayo. Incluso lo puso a pelear con Juan Manuel Santos porque sacó al expresidente español de territorio venezolano en un avión de la Fuerza Aérea Colombiana.
Maduro tampoco recibió el honorable premio con el que la FAO reconoce la lucha de su gobierno contra el hambre, mientras los venezolanos invierten horas en colas cada día para comprar lo que consigan. Esa misma semana, el relator especial sobre el Derecho a la Alimentación del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU preguntó a los representantes del Estado venezolano por qué no hay suficiente maíz para hacer arepas y qué ha hecho Miraflores para fortalecer la producción local. ¿Será que el equipo de la FAO no se habla con el comité?
Desde hace más de dos años la estrategia de Voluntad Popular (VP), el partido fundado por Leopoldo López, ha sido dinamitar las líneas de acción que se fijan dentro de la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y escalar la confrontación con el gobierno lo más posible, con el apoyo de María Corina Machado –defenestrada como diputada– y Antonio Ledezma –el alcalde metropolitano de Caracas que cumple casa por cárcel–. Por eso nadie quiere a López, ni en el oficialismo ni en la oposición, especialmente Henrique Capriles.
Para Capriles no fue difícil desmarcarse de la convocatoria que hizo López el año pasado de protestar en las calles, y que desencadenaron cinco meses de violencia que cobraron la vida de 43 personas. Era común escuchar a electores antichavistas definir aquellas revueltas como inútiles e inconvenientes, así que el gobierno rescató unos tuits del timeline de López y lo convirtió en el responsable de todas aquellas muertes. Pero el hombre no huyó. Arengó a una muchedumbre escoltado por una estatua de José Martí –no de Simón Bolívar– en una plaza en Caracas y luego se entregó. Capriles se vio obligado a tomar el testigo de la movilización que López entregaba entonces por la fuerza, aunque fuese por unos días.
Pero aquella presión se diluyó y el país se sumergió en otras grandes batallas como una “guerra económica” que Maduro parece incapaz de resolver; el forajido ataque de Estados Unidos contra insignes miembros de la revolución a través de una lista de sancionados de la que ni siquiera conocemos la mitad de los nombres; y la apertura de una investigación penal en Nueva York y Miami por narcotráfico contra generales venezolanos, e incluso contra Diosdado Cabello, para muchos el hombre fuerte del gobierno aunque no haya sido el heredero bendecido por Hugo Chávez para sucederlo.
Esta vez la huelga de hambre que emprendieron López y Daniel Ceballos –exalcalde de San Cristóbal– sembró minas en el camino hacia unas elecciones parlamentarias que incomprensiblemente aún no tienen fecha.
Mientras Chávez recibió a colegas, periodistas, simpatizantes y curiosos durante los dos años que estuvo preso después del golpe contra Carlos Andrés Pérez, hoy desfilan expresidentes extranjeros por Venezuela que reflotan su fama gracias a la defensa de López, y casi parecen competir a ver quién logra entrar a la prisión militar donde está recluido. A ratos le hacen un favor a Maduro: le fabrican excusas para hacer cadenas en las que denuncia componendas internacionales en su contra y evade olímpicamente su responsabilidad frente a la violencia, la inflación y la escasez.
A diferencia del partido de Machado, que resultó apaleado en las primarias que hizo la oposición para elegir a un tercio de sus candidatos a diputados en la Asamblea Nacional, el de López quedó de segundo, justo detrás del de Capriles. Así que cuando el gobernador del estado Miranda dice que va a una marcha a favor de López en Caracas y al final sale corriendo a visitar a Ceballos en la cárcel, lejos de la capital, lo mínimo que uno se pregunta es cuál es la agenda de acción que sigue la MUD frente a los presos políticos, después de que el año pasado condicionaron el diálogo con el gobierno a su liberación. Esta vez no les quedó más remedio que respaldar las peticiones de López –liberación de los presos políticos, “cese de la persecución y la censura”, y una fecha para las elecciones–, aunque lo que les ocupa por estos días es la repartición de los otros dos tercios de las postulaciones.
Pero a quién más entrampa esta huelga es al propio López. Una vez que Ceballos levantó la protesta sin haber logrado que el gobierno cediera a sus peticiones, quemó la herramienta de resistencia pacífica más contundente de la que disponen los líderes de la disidencia en prisión. Si López mantiene la huelga hasta sus últimas consecuencias no solo puede afectar severamente su salud, sino que además habrá reconocido que perdió la batalla por el respeto al estado de derecho por las vías institucionales.
En esta coyuntura, las encuestas dan un pronóstico alentador: casi 90% de los votantes venezolanos están convencidos de que la única salida a esta crisis es electoral y se muestran dispuestos a sufragar en las elecciones parlamentarias, pase lo que pase.(O)
Esta vez la huelga de hambre que emprendieron López y Daniel Ceballos –exalcalde de San Cristóbal– sembró minas en el camino hacia unas elecciones parlamentarias que incomprensiblemente aún no tienen fecha.