Un alemán que la amaba y una muchacha que con unción se había dedicado a traducir sus canciones me la habían presentado; ahora, a propósito de un taller de Dairo Sánchez, doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos en la Universidad Andina Simón Bolívar, tenía la oportunidad de volver a escuchar a Billie Holiday, (Estados Unidos, 1915-1959). Cien años han pasado desde que vino al mundo esta cantante negra, muerta a los 44 años, que había sido influenciada por otras cantantes, como Bessie Smith, también tempranamente fallecida, así como por monstruos como Louis Armstrong.
Según Sánchez, existe una tendencia por opacar a Holiday, desprestigiándola como ciudadana deliberante al reducirla a mujer incapaz de gobernarse a sí misma bajo el efecto de las drogas: un talento sin inteligencia, un diamante en bruto sin pulir. Pero hay que ver el video en que Billie canta Strange Fruit, musicalización de un poema escrito por un judío comunista que habla de los cuerpos de hombres negros colgados de árboles tras linchamientos racistas, para evidenciar su pensamiento sonoro, la expresividad política y emotiva de su voz. La primera vez que Billie cantó “Árboles sureños cargan extraños frutos: sangre en las hojas y sangre en la raíz (…). Esta es una extraña y amarga cosecha” tenía 24 años. La interpretación de dos minutos la dejaba exhausta y, al público, en shock.
Holiday proviene de una familia disfuncional y talentosa. Siendo una niña fue objeto de una violación y se vio empujada a la prostitución durante una juventud difícil. Algunas de esas vivencias se transmiten en su intenso modo de interpretar canciones, como Love for Sale o God Bless the Child: que Dios bendiga a los niños que solo se tienen a sí mismos. A una irrupción importante en la creciente lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos se unió en esta poderosa cantante, en tiempos más auspiciosos, una vida amorosa que escandalizaba. Pero la tragedia la rondaba. Su extraordinario compañero de música, el saxofonista Lester Young, murió joven también. La industria discográfica los tomaba y abandonaba según la oferta y la demanda y la presión política. Billie Holiday murió muy pobre, bajo arresto domiciliario en un hospital, tras habérsele prohibido presentaciones públicas durante la última década.
Creció en Baltimore, zona de los Estados Unidos actualmente conmocionada por los crímenes de la Policía. Según una nota de El Comercio, “se incluye a un joven de 15 años que conducía una bicicleta, una mujer embarazada de 26 años que había sido testigo de una riña callejera, una mujer de 50 años que vendía boletos para una rifa de su iglesia, un pastor protestante de 65 años que enrolaba un tabaco y una mujer de 87 años que intentaba asistir a su nieto herido”. El último crimen, que ha causado conmoción social enorme, es el de un joven de 15 años, acusado “de haber mirado a los ojos a un policía blanco”.
El olor a carne negra quemada se confunde con el de las magnolias. Canta y llora Billie Holiday. (O)