Procuro evitar el fundamentalismo, tremendismo y triunfalismo porque son tres ‘ismos’ perniciosos que sacralizan consignas, exageran malaventuras o sobredimensionan triunfos. Además, porque son actitudes que maniatan la verdad. Permítanme un breve análisis de aquello que acontece en los buenos inviernos que esporádicamente visitan el Litoral. Si ustedes, amables lectores, conocen de alguien, o de algunos, que usan a diario los ‘ismos’ descritos, saben de antemano que esas personas no se llevan con la verdad, que tratan de falsear los hechos para engañar a individuos o comunidades.

-El invierno y el verano, en el Litoral, son épocas esperadas que tienen presencia y duración conocidas. Esto no pasa en nuestro Oriente; allá es más difícil fijar estas dos estaciones y encasillarlas en meses determinados porque en las provincias orientales llueve con más frecuencia; su verdor, que maravilla a los turistas en sus viajes por la Amazonía, no es de una época en especial, sino de todo el año.

Volvamos al Litoral. Si conocemos con certeza la llegada del invierno, lo procedente es prepararnos para que las lluvias, sobre todo aquellas intensas y frecuentes, no causen destrozos. Es inadmisible, por ejemplo, que ciertas instituciones educativas, en la ciudad y en el campo, todos los inviernos tengan la misma suerte porque no se tomaron decisiones importantes cuando era posible hacerlo: revisar drenajes, cotejar niveles, reforzar techos y tumbados, etcétera. Es penoso que esto todavía suceda, luego de ocho años consecutivos de gobierno, con todo a su favor, mientras se vanaglorian con ‘las escuelas del milenio’ que constituyen un porcentaje ínfimo de las construcciones escolares del país. De ciertos males se pueden exculpar a gobiernos que duraron meses, dos o tres años. Este Gobierno dispuso, como ningún otro, de tiempo y de dinero para sanear aquello que antes no se hizo bien o que el tiempo lo deterioró. Estas falencias no necesariamente son imputables al presidente o a su ministro de Educación, pero sí a sus mandos medios por indolentes e irresponsables. Oportunamente les contaré lo que sucede con la Unidad del Milenio, más adentro de Colonche, en Cerezal de Bellavista, que próximamente será reinaugurada.

-Hace tres mil años, nuestros aborígenes peninsulares ya conocían cómo aprovechar el agua que descendía a la tierra con las lluvias. Las albarradas, técnicamente diseñadas, se crearon para conservar el agua que procedía de pequeños ríos que nacían en el invierno. El agua serviría más tarde para beberla y para cultivar el campo durante la sequía, agua que se protegía con vegetación para evitar su evaporación y corrupción. En zonas bajas propensas a lodazales e inundaciones se construían camellones, poco conocidos en la actualidad.

-La pregunta inevitable: ¿qué hacemos ahora, luego de tres milenios, para retener tanta agua disponible? ¿Dónde están ‘los graneros de América Latina’? ¿Por qué no podemos conservar en verano el verdor actual de nuestra Península? Bien por el control de las aguas del Bulubulu. Son pinitos. Requerimos de velocistas entrenados. ¿El malo es el invierno?

“La península de Santa Elena es una joya que debe brillar”.(O)