Un viaje por Dresden en Alemania y Praga en la República Checa permite a uno no solo maravillarse de lo que se hizo en un tiempo de combinación de cultura, arte y conocimiento de la mano de reyes, muchos de ellos despóticos, pero con una idea de legado histórico en su obra de gobierno. Tanto Augusto el Fuerte en Sajonia como Carlos IV en Bohemia entendieron que la ciencia y el conocimiento podrían combinarse juntos para desarrollar poderosamente la arquitectura, la astronomía y la ciencia en general. Si a eso se le suma el aporte de teólogos disconformes con el poder político representado en ese momento también por la Iglesia católica, como el caso de Lutero o Hus, uno puede entender la maravilla que surgió de estas ciudades a orillas del Elba y del Moldava. El poder político tenía una conciencia de legado histórico que no vemos en muchos gobiernos nuestros. Muchos de ellos hijos del resentimiento, el odio y la frustración antes que de esa fuerza pródiga que inspira entender el destino compartido de gobierno, gobernantes y gobernados. Somos lo que hacemos, pero por sobre todo... cómo lo hacemos.
Nuestras repúblicas surgidas como consecuencia de cambios políticos en la metrópolis española no pudieron en 200 años construir la idea de una identidad positiva que entienda y comprenda la diversidad y que crezca con ellas. La ausencia quizás de filósofos y de políticos con conocimientos y capacidad nos lleva privando muchos años de no saber aprovechar tiempos en los que la riqueza económica se combinó con oportunidades históricas únicas. Nos es más fácil culpar a alguien de nuestro fracaso que trabajar en conjunto por el éxito. La idea de la contestación y la revancha sigue siendo la fuerza que mueve la acción política de nuestros pueblos de manera cíclica y repetida. Esto nos impide encauzar el destino hacia un horizonte de oportunidades. El pueblo pasa a ser por lo general la argamasa del odio del gobernante que se venga de algo sucedido con su persona o su grupo social esperando que el que lo sustituya haga lo mismo con él y su grupo. Somos la repetición machacona del error y no la realización del logro colectivo porque no dialogamos, sino que insultamos y agraviamos.
Las cadenas de radios y televisión se convierten en espacios de lamentaciones y amenazas, nunca de la explicación del camino que el gobernante está construyendo de manera colectiva en democracia cuyo carácter central es justamente la inclusión. Cuando se vean en perspectiva histórica estas representaciones del poder, claramente se observará no solo en la forma, sino en el fondo que el poder solo tenía como modelo la confrontación y no el diálogo, y menos el consenso, sino la doblegación.
Los pueblos dominados por largas dictaduras, como lo fueron los alemanes del este con la RDA y la República Checa, son muestras elocuentes de cómo un tipo de gobierno basado en el miedo y la agresión solo pudo lograr una sociedad borrega de la ambición de sus pastores de ocasión. (O)
Los pueblos dominados por largas dictaduras, como lo fueron los alemanes del este con la RDA y la República Checa, son muestras elocuentes de cómo un tipo de gobierno basado en el miedo y la agresión solo pudo lograr una sociedad borrega de la ambición de sus pastores de ocasión.








