Solo fueron necesarios pocos días para ver por dónde vendrán las respuestas a las dudas de la semana pasada. Ya se ve con precisión que se va imponiendo la decisión no solo de gastarse el capital y el patrimonio, sino de poner en riesgo la exitosa marca del caudillo. La expresión más clara de esto es el anuncio del desconocimiento de la deuda estatal con el IESS que, a pesar de los enormes costos económicos, sociales y políticos que tendrá, va porque va. Esta decisión, que se materializará como reforma legal gracias a las manos de alzado automático, deja ver tres realidades altamente preocupantes. Primera, que la situación es bastante diferente al modelo idílico que se dibuja en las sabatinas. Segunda, que mucho de lo que se hizo en los últimos ocho años estuvo equivocado porque no se cuenta con los instrumentos necesarios para enfrentar un escenario como este. Finalmente, y como resultado de los dos puntos anteriores, que a estas alturas ya no queda margen para tomar decisiones exentas de costos.

Que la crisis es más profunda de lo que se nos ha pintado hasta ahora y que no estuvieron preparados, se comprueba con la sucesión de medidas tomadas en lo que va del año. Comenzó con el recorte del presupuesto en la primera semana de enero, siguió con el incremento de la deuda con China, más adelante con las salvaguardias y de inmediato con la colocación de bonos con un interés descomunal, hasta terminar con el anuncio sobre lo adeudado al IESS. Se podrá decir que eso es una manifestación de responsabilidad frente a la crisis, pero lo único que refleja es que no hubo previsión de lo que podía pasar y que en sus cálculos el largo plazo no iba más allá de un trimestre.

Algunos efectos económicos de este conjunto de medidas se verán en el corto plazo, especialmente en términos de escasez, inflación, pérdida de puestos de trabajo e incremento del contrabando. No hay que esperar sino pocos meses para que se venzan los plazos de las deudas, incluyendo los bonos, y para que los mercados reflejen el carácter de las medidas. En esas condiciones, poner todas las esperanzas en la cada vez más improbable alza de los precios del petróleo resulta ingenuo, por no decir irresponsable. El panorama no es alentador, por la crisis que viene desde afuera, pero sobre todo por las respuestas que vienen desde adentro.

El efecto más grave se sentirá en el mediano plazo, cuando el Seguro Social no pueda pagar las pensiones jubilares. La justificación de que el IESS tiene demasiado dinero no tiene sustento. Es un criterio que no cabe para una institución de seguro social (además solidario y obligatorio), en la que cada centavo adicional se refleja en las pensiones del futuro. No es propio de un economista heterodoxo afirmar, como lo hacían los neoliberales, que no le corresponde al Estado entregar recursos a ese sistema.

Conclusión, la fiesta se acabó, estamos viviendo el chuchaqui del día siguiente. (O)