Entre el primero y segundo milenio de nuestra era, reinó en Inglaterra el rey Etelredo II, llamado el imprevisor, cuya desordenada conducción sumió al país en el caos. Gobernó a impulsos de su carácter; era la época del absolutismo: no había división de poderes, peor fiscalización.
El Ecuador ha ingresado en un periodo de crisis que lo encuentra sin las reservas necesarias para afrontarla. Estamos sin reservas porque creímos que los precios elevados del petróleo lo eran todo y entramos a gastar desaforadamente, como nuevos ricos. Los más grandes productores de petróleo –Rusia, Arabia Saudita, Qatar– acumularon inmensas reservas de dólares. Venezuela derrochó las que tenía y su gobierno se sostiene como los muñecos porfiados. Si el Gobierno del Ecuador no revisa con frialdad sus errores y los corrige, todos los ecuatorianos sufriremos las consecuencias. Hace falta una conducción serena, sin demagogia; las justificaciones que se nos dan serían risibles si no viviéramos un momento trágico. Las declaraciones tienen que ser sobrias; aquellas, como las que nos dicen que el problema no es fiscal sino externo, solo quieren desconocer que son las dos cosas; ¡como si al pueblo le importaran las justificaciones, lo que sabe es que todo cuesta más! Más grave todavía, que el presidente diga “que si les molesta las salvaguardias, devuélvanme el tipo de cambio”, lo que implica que quisiera librarse de la camisa de fuerza del dólar y devaluar y, todavía peor, el posesivo “devuélvanme” parece expresar que considera que todo le pertenece.
Aquí no caben las medias medidas, curar las fiebres con paños tibios. Si tenemos un problema fiscal es porque crearon una inmensa burocracia, multiplicaron ministerios que solamente sirven para dar empleo a sus seguidores y controlar y perseguir a los que se atrevan a decir las verdades que duelen. Y si la balanza comercial no petrolera es deficitaria es porque el inmenso gasto público y el circulante multiplicado por los créditos externos ocasionan demanda creciente de importaciones. Está bien mantener el gasto en inversión, pero debe ser drásticamente reducido el gasto corriente, el gasto improductivo.
El Gobierno debe aceptar que se lanzó frenéticamente sobre sus objetivos, a veces sin meditación, sin el orden debido y sin previsión. Por ejemplo, vemos que la famosa refinería del Pacífico se ha tragado ya algo así como mil doscientos millones sin que antes se haya asegurado el crédito para lo principal: los fierros de la refinería. Todo esto pudo evitarse, en algo al menos, si hubiera habido una Asamblea y una Contraloría que lo fiscalice; si en vez de perseguir a la prensa hubiera escuchado las críticas que ella publica. Los verdaderos enemigos del Gobierno no son sus opositores, sino sus aduladores.
Al presidente lo juzgará la historia: ¿Será considerado un economista que gastó, gastó y gastó sin prever el futuro o un estadista que, al menos, logró aliviar la crisis que en gran parte él mismo ocasionó? Si quiere esto último, deberá restablecer la paz, evitar las confrontaciones permanentes, las persecuciones, concentrar sus esfuerzos en su función y renunciar a humillarle y agitarle al país con sus delirantes sueños de poder eterno.(O)