Con los recientes desalojos, realizados en el sector de Mélida Toral, el Gobierno nacional pierde una valiosa oportunidad de implementar soluciones innovadoras y efectivas al problema de los asentamientos informales en Guayaquil. Lo paradójico es que esto se dé en aras de una buena causa, como lo es el rescate del manglar. La premisa fundamental de todo plan debe ser generar soluciones, sin que dichas soluciones traigan nuevos problemas. Queda claro, entonces, que un buen fin puede verse atropellado por el mal manejo de los medios utilizados para alcanzarlo.

Concuerdo totalmente con la opinión de Eduardo McIntosh, en su más reciente artículo en Gkillcity: nadie se opone a la protección de los manglares; y todos queremos que se dé una solución efectiva y duradera al problema de las invasiones en nuestra ciudad. Sin duda, debe haber la forma de solucionar ambos problemas, sin entrar en ninguna clase de conflictos. El Gobierno debe comprender que el rechazo a tales medidas lo produce la incertidumbre a la que se expone a los desalojados. Voceros oficiales hablan de un plan de contingencia para dichas familias, pero no se especifica en qué consiste dicho plan. No hay fotografías que muestren a esas personas reubicadas y reiniciando sus vidas en un nuevo hogar. Poner a los desalojados en la lista de espera para el plan Socio Vivienda dista mucho de ser un verdadero plan de contingencia, por lo cual conviene –de ser posible– que se dé una explicación más detallada del mencionado plan.

Debe recordarse, además, que la raíz del problema no radica en quienes buscan un mejor futuro para sus hijos, mudándose a la ciudad. El crecimiento desorganizado de Guayaquil se resuelve atacando dos frentes: combatiendo a los traficantes de tierras y ampliando las ofertas de vivienda popular.

La vivienda popular debe dejar de ser una simple estadística de la cual beneficiarse en tiempos electorales. Hay que explorar nuevas alternativas que puedan albergar de manera eficiente y permanente a quienes no cuentan con un techo propio. El arquitecto chileno Alejandro Aravena tuvo que enfrentar el desafío: realizar unidades habitacionales con el limitado presupuesto de diez mil dólares por vivienda, incluyendo en dicho monto el costo del terreno. El producto final fue un prototipo de vivienda inicial, que va creciendo con el pasar de los años según las necesidades de cada familia. La propuesta de Aravena estudia a fondo al futuro usuario de la vivienda y le plantea diferentes alternativas. Por ejemplo, se les pide a los futuros ocupantes que escojan entre una bañera bien instalada y un calentador de agua. Sorpresivamente, muchos optan por la bañera, por ser el baño de agua fría una costumbre arraigada al estilo de vida del campo.

Nos hace falta realizar una mirada profunda a lo que somos, para poder satisfacer nuestras verdaderas necesidades de vivienda y de comunidad. Usar como antecedente la investigación realizada por Aravena en Chile puede traer grandes beneficios a los planes de vivienda, y puede convertirlos en comunidades atractivas y permanentes, listas y dispuestas para ser parte activa del metabolismo urbano de nuestras ciudades. (O)