Discrepo con los semiólogos de la Supercom & Cordicom. Dicen que Olafo el vikingo es culpable de discriminación de género contra las mujeres, cuando en realidad es casi lo contrario, al menos para mí. El personaje encarna una aguda sátira contra el machismo y una inteligente exposición de la falta de peso y autoridad de la función del padre y de la masculinidad en la actual sociedad occidental. Por ello, su finado creador Dik Browne recibió reconocimientos en otros lugares, donde leen las tiras cómicas en serio y las analizan en profundidad. Definitivamente, la semiótica y las interpretaciones particulares u oficiales de los signos están atravesadas por las diferencias culturales, y a veces por las preferencias políticas.

Olafo es un vikingo obeso, vago, glotón y fanfarrón, que adora la cerveza y cuya palabra no tiene mucho valor ante su esposa y sus hijos; mantiene una relación de filial dependencia con ella, quien ha ocupado el lugar de su madre y es la verdadera figura de autoridad en el hogar; Olafo “trabaja” saqueando castillos con poco éxito, para volver rápidamente a casa y a la cantina, su lugar preferido fuera del hogar. Chiripa, su escudero, es un vikingo enclenque, cobarde y alcohólico, sin pareja ni hogar, y cuya torpeza echa a perder los ataques a las fortalezas enemigas. El Doctor Zocotroco es el chamán del pueblo, cuyos remedios no curan a nadie. Hamlet, el hijo menor de Olafo, es un “nerd” que contradice los ideales de su padre respecto a la virilidad.

Helga, la esposa, es la jefa de la casa investida de una posición de matrona seria y calculadora que conoce la inconsistencia de su marido, lo soporta, lo quiere maternalmente, y lo maneja con sus guisos y algo de sexo de vez en cuando. Al igual que muchas esposas y madres ecuatorianas, Helga podría decir: “En realidad, no tengo dos sino tres hijos en casa, Astrid, Hamlet… y Olafo”. Astrid, la hija, es una bella y soñadora adolescente que no sabe lo que quiere, excepto las canciones que le dedica su galán tañendo un laúd: un trovador iluso y bueno para nada que jamás podrá mantenerla.

La serie no es machista y tampoco feminista: esa es una dicotomía tan perezosa como inútil. Es una caricatura crítica de posiciones sexuadas y discursos familiares comunes en todo occidente hoy en día. No pretendo que mi breve análisis sea “el verdadero”: no soy semiólogo, y menos “oficial”. Solo soy un hombre ecuatoriano maduro, profesional clínico de inteligencia y cultura medianas, que viene de una familia ordinaria de clase media y que conoce la experiencia de estar casado, la crianza de niños y adolescentes, y la relación actual con hijos adultos y nueras. Mi análisis tampoco es efecto de la lectura de una viñeta aislada, sino de haberme tomado en serio las tiras cómicas desde que aprendí a leer, y de un seguimiento recurrente de Olafo desde mis años universitarios.

POSDATA: El caso contra Bonil y el diario EL UNIVERSO está en la Fiscalía. Hace unas semanas solicité en esta columna a las autoridades que divulguen el informe semiológico oficial que condenó a Bonil, para que todos los ecuatorianos podamos analizarlo. ¿Cuándo lo harán? (O)